Por más de hora y media recorrimos en avioneta una mínima parte de la gran Altillanura colombiana. Volamos entre Villavicencio y Santa Rosalía, en el Vichada. Un viaje fantástico a esa otra Colombia que desconocemos, que olvidamos, que desconectamos del resto del país, de ese país que crece cada día más y más entre sus atiborradas ciudades circundadas de miseria. Urbes que cuelgan como murciélagos en las cordilleras o que se expanden como un virus por sus valles.
Pero allá todo es distinto. Es como entrar a otro mundo, a un universo inmenso y plano que pareciera no tener fin. Pero que siempre ha estado ahí, a solo unos cuantos minutos en avioneta, pero a años luz de la conciencia colectiva de los colombianos, de sus gobernantes.
Toda esa inmensidad desperdiciada. Allá, al otro lado, cabe dos veces o más esa otra Colombia que creció de espaldas al Llano, de espaldas a sus ríos, de espaldas a sus puertas y cielos abiertos, de espaldas a sus infinitas probabilidades.
Que pesar que no hayamos tenido, a diferencia de Brasil, gobernantes con la suficiente capacidad para soñar e imaginar que esa vasta extensión se hubiera podido convertir en una enorme despensa agroindustrial rodeada de ciudades espaciosas, con amplias avenidas, con urbanizaciones donde la gente no tuviera que vivir apeñuscada… pues a diferencia del resto del país el espacio en el Llano no es un problema.
En la Altillanura todo es posible. Pese a que el terreno es ácido, con inversiones público privadas se hubieran podido desarrollar grandes proyectos agroindustriales adecuando el terreno para el desarrollo de todo tipo de cultivos y de proyectos. Cuyo epicentro de innovación y desarrollo fuera un poderoso Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología Agropecuaria que hoy no existe.
Se hubieran podido implementar modelos asociativos como el de las cooperativas que han dado tan buenos resultados, y que sobreviven con éxito entre el capitalismo salvaje y el comunismo a ultranza. Solo basta con echarle un vistazo a la cooperativa Colanta como un buen botón para la muestra.
Quizás ahora no hubiera tanta pobreza en Colombia y muchas personas hubieran emigrado a la Altillanura en busca de un oficio y una vivienda digna. Hoy podríamos ser una potencia agrícola, desarrollando en esa región cientos de variedades y de productos que llegarían a muchos rincones del planeta.
En El Tiempo, hace algunos años, el entonces director regional de Corpoica, Jaime Triana Restrepo, nos contaba cómo Brasil sí lo había logrado:
“Uno de los factores para el logro del llamado milagro brasilero lo constituye el desarrollo de una región llamada El Cerrado, muy similar a nuestros Llanos Orientales: nuestra región es la cuarta parte del territorio nacional, mientras que el El Cerrado ocupa el 25% del vecino país”.
Pero aclara que la gran diferencia es que allá si hubo quien le apostara a su Altillanura. Se trató de Jucelino Kubicheck, presidente de la republica a fines de la década de los cincuenta, quien a partir de la construcción de Brasilia como capital del país en ese inmenso llano, desarrolló una política explicita de estado para crear un nuevo país a partir de esas sabanas improductivas.
La fórmula: Vías, electrificación, salud, nuevos asentamientos humanos, cooperativismo, ciencia y tecnología, incentivos específicos del gobierno, líneas de créditos para el desarrollo. Es decir, allí si hubo voluntad política para que El Cerrado brasilero se convirtiera en una gran región productiva y en un enorme polo de desarrollo, crecimiento y empleo.
Explica Triana que hoy El Cerrado, una región que hasta la década del 70 no producía absolutamente nada, cuenta con 13,5 millones de héctareas productivas con cultivos anuales y 2 millones de hectáreas con cultivos permanentes y forestales. Contribuye con el 55% de los cultivos de soya, 78% del algodón, el 27% del maíz y allí pasta el 41% del hato ganadero de 163 millones de bovinos, Y registra una producción de granos que supera las 70.000 millones de toneladas, aportando más del 30% de PIB agrícola del país.
Para el experto, los Llanos podrían desarrollarse así, si existiera decisión política explícita y específica del Estado que permita un desarrollo armónico y consecuente para aprovechar las ventajas comparativas y competitivas que nos ofrece nuestra gran Altillanura colombiana.
Ojalá que el Jucelino Kubischek colombiano ya haya nacido…