¡Claro que es importante darle la trascendencia que tiene a la crisis del COVID-19!, pero que por eso no se nos olvide el resto de crisis que vive el Planeta, que, entre otras cosas, estamos en mora de darles la misma importancia. 

 

La compleja situación que hoy enfrentamos por causa del COVID-19 tomó por sorpresa a muchos gobiernos del mundo, quienes tuvieron la difícil tarea de liderar procesos de aislamiento ciudadano para contener la expansión del virus, modificando de esta forma patrones de comportamiento y conducta en las personas, y llevando en muchos casos a conflictos y perturbaciones del orden social. Mientras tanto, los mercados se tambalean por tratar de mantener márgenes de ganancia y objetivos de crecimiento planteados para este año.

Este escenario nos ha permitido ver que no contamos con sistemas políticos y económicos resilientes a las externalidades, y mucho más a aquellas que, como este virus, desconocemos. Si bien hemos sabido adaptarnos a unos puntuales cambios que han conseguido aplanar la curva de los contagios, aún queda mucha incertidumbre sobre lo que nos depara como especie en un corto y mediano plazo.

Y es que resulta casi imposible no conectar esta situación, provocada por el COVID-19, con las históricas transformaciones que hemos ocasionado sobre el Planeta. Las relaciones interconectadas de este mundo globalizado en el que vivimos, han facilitado la propagación de esta pandemia y de otros desafíos socioecológicos que desde hace mucho ya estamos enfrentando.

La creciente pérdida de la biodiversidad, la transformación y degradación de hábitats y el aumento de la temperatura global han funcionado como efectos catalizadores sobre los sistemas sociales y naturales, acumulando transformaciones durante años e intensificado tensiones sobre la salud de los ecosistemas y de las personas al exponernos a patógenos que ni siquiera conocemos.

A pesar de que estas emergencias globales han estado en la agenda de muchos gobiernos durante años, no se han tomado las medidas necesarias y acciones urgentes como las que se han tomado frente al COVID-19. Las crisis climáticas y socioecológicas que ya se evidencian alrededor del mundo necesitan decisiones sistémicas de carácter político y económico para prevenir, dentro de lo posible, lo que la ciencia nos ha venido alertando desde hace mucho.

«A pesar de que estas emergencias globales han estado en la agenda de muchos gobiernos durante años, no se han tomado las medidas necesarias y acciones urgentes como las que se han tomado frente al COVID-19».

La noticia emitida por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático en cuanto a la postergación de la COP26 para el año 2021, por ejemplo, puede entenderse como un indicador de que no nos estamos tomando en serio la grave crisis civilizatoria en la cual nos encontramos (y de la cual solo estamos viendo la punta del iceberg), basada en un modelo de desarrollo fósil-dependiente y en un crecimiento ilimitado a expensas de la naturaleza.

Probablemente, como dice Harari, aprendimos a transitar de “animales a dioses” sin siquiera ser conscientes de ello. Si seguimos destruyendo los hábitats naturales con la velocidad con que lo estamos haciendo, e incrementando la temperatura del mundo a partir de nuestras acciones, lo más probable es que muy pronto estemos repitiendo una historia similar a la de esta pandemia. Y, quizás para ese momento, sigamos sin entender las conexiones sistémicas de un planeta vivo y complejo como la Tierra.

El 2020, entonces, se nos presenta como un año crítico para la toma de decisiones en materia de sostenibilidad. Adicional a todo lo anterior, este año los países del mundo están comprometidos a presentar actualizaciones de sus contribuciones en cambio climático, en donde tienen el reto no solo de aumentar la ambición para reducir emisiones para el año 2030, sino de incorporar elementos transversales y sinérgicos que permitan desafiar al cambio climático desde varias perspectivas. Sería absurdo pensar que un país solo se enfocará en la crisis climática sin contemplar acciones dirigidas a la salud, la economía o la tecnología.

Por otro lado, el 2020 se presenta como el “súper año de la biodiversidad”, así lo planteó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en su momento. De hecho, Colombia era o es aún el país anfitrión de esta celebración mundial para reconocer el rol de los ecosistemas y las especies frente a los desafíos sociales, enalteciendo la importancia del diseño y aplicación de soluciones basadas en la naturaleza para tal fin.

A pesar de lo anterior, confío aún en que la crítica situación que estamos viviendo hoy por el COVID-19 nos permita entender de forma crítica lo que sucedió y buscar las formas de reinventarnos como civilización, para generar alternativas compatibles con un desarrollo resiliente. Aprender de la naturaleza como sistema cooperativo quizás nos permitirá salir de esta situación lo más fuertes posible y tomar decisiones integrales ante un mundo que cambia para siempre.

 

María Eugenia Rinaudo
Investigadora del Instituto para el Emprendimiento Sostenible
Universidad Ean