Hace unos años veíamos carretas tiradas por caballos en la ciudad de Bogotá, frecuentemente halando cargas pesadas de basura y material potencialmente reciclable por vías principales y secundarias del casco urbano. Aunque las condiciones de estos animales variaban, algo resultaba consistente: una proporción sustancial tenían elementos para limitar su rango visual, priorizando un punto focal dado por quien condujera la carreta. Si caballo, conductor y carreta terminaban mal ubicados o accidentados, la culpa casi siempre podía atribuirse inequívocamente al conductor.
La economía colombiana actual viene siguiendo una hoja de ruta desde 2022 en la que hay una ruptura clara con múltiples líneas de política pública. Esto ha hecho que diversos sectores económicos y el mismo gobierno nacional sientan y resientan el cambio. El cambio ha representado una contracción sustancial y sostenida de la inversión a nivel nacional, caídas significativas en industria y comercio, ralentización de la recuperación económica en materia de crecimiento e inflación, así como “periodos de aprendizaje” que han derivado en castigos presupuestales en diversas carteras.
Aunque las dudas se han sembrado recientemente sobre estadísticas nacionales fundamentales (p.e., productividad laboral), la mayoría de los datos oficiales hablan por sí solos. La economía colombiana está operando como un caballo maniatado, cuyo rumbo parece difuso en el mejor de los casos. Dado que indignarse es una respuesta cortoplacista e insuficiente, ¿qué podemos hacer?
En primer lugar, la toma de decisiones debe partir de la mejor información disponible. Para esto necesitamos economistas, administradores y líderes capaces y formados en análisis, gestión, ejecución y evaluación. En la Universidad a través del programa de Economía, es posible. La Colombia que queremos no sólo puede ser un progreso de papel para que suene bien ciertas zonas de Bogotá.
En segundo lugar, es necesario que nuestros líderes, analistas y hacedores de política pública sean suficientemente capaces reflexionar sobre teorías y modelos que, aunque sean atractivos, han sido desvirtuados y por más que se reencauchen no son adecuados para llevar el desarrollo y crecimiento al país en el siglo XXI.
En tercer lugar, necesitamos un compromiso real con el progreso nacional. No sólo con buenas intenciones de un sólo acto institucional se saca al país de la vulnerabilidad, pobreza e informalidad. Crecer, prosperar y progresar no sucede de la noche a la mañana, ni por esfuerzos en solitario. Las alianzas intersectoriales son necesarias. Las estrategias de corto, mediano y largo plazo son necesarias. Planear y ejecutar es necesario. Saber recibir retroalimentación y corregir es necesario para la Colombia que queremos.
Escrito por: Juan Diego Lobo, director de Economía y Gobierno Universidad Ean