La teoría del caos afirma que el aleteo de una mariposa en Asia puede producir un huracán en América. La economía colombiana se encuentra en crisis, pero, lejos de pensar en soluciones propias,  gobierno y opinión apuestan el futuro con base en los resultados electorales norteamericanos, los cuales —potencialmente— determinarían el rumbo.

 

Estados Unidos es nuestro primer socio comercial, en 2019 recibió el 29 % de las exportaciones colombianas con USD 11 520 millones y originó el 25 % del total de nuestras importaciones, que sumaron USD 13 277 millones. El peso de EE. UU. en el sector externo colombiano no es novedad, tomó el lugar de Venezuela hace décadas; ya en 1995 concentraba el 35 % de las exportaciones y el 34 % de las importaciones colombianas, cifras mayores a las presentes.

Datos recientes hacen lucir poco relevante para Colombia que la presidencia sea demócrata o republicana. En los ocho años del poder demócrata liderado por Obama, Colombia ubicó un 34 % de sus exportaciones en EE. UU., cerrando el año 2016 con 32 %, no muy diferente del 29 % del 2019 y el 28% en lo corrido de 2020, durante la era republicana de Trump.

Con los múltiples cambios del programa de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga ATPDEA (antes ATPA), que promovió un sistema de preferencias y menores aranceles a productos colombianos, cuyo infructuoso fin era eliminar el narcotráfico; con o sin el TLC entre ambos países, que corregiría los problemas cortoplacistas y estimularía el aparato industrial colombiano; con líderes de uno u otro partido, incluso bajo formas diplomáticas o agresivas sobre el acuerdo de paz, el peso del comercio con EE. UU. —como proporción a nuestra balanza comercial— es estable.

Gran parte del planeta celebra la victoria de Biden. En efecto, es posible pensar en una mayor probabilidad de respeto a los acuerdos y a la institucionalidad pactada, que bajo los intempestivos anuncios de Trump, que aunque no siempre se materialicen, infunden temor en los mercados. Menores altibajos en la cotización del dólar, así como en su política comercial pueden disminuir la incertidumbre.

Pero mayor probabilidad no es sinónimo de garantía. Ni Biden, ni Trump —que aún impugnará los resultados—, ni sus partidos tienen como prioridad de sus agendas un cambio de enfoque en las políticas hacia Latinoamérica. EE. UU. seguirá buscando aliados en contra del régimen de Maduro y la lucha contra las drogas seguirá siendo parte de su discurso.

Ambas campañas, además, alentaron viejas consignas nacionalistas: “América para los americanos” impera de nuevo. Este resurgir bipartidista de la doctrina Monroe implica que políticas de fronteras abiertas, profundización de acuerdos comerciales o de cooperación, serán marginales.

Biden buscará materializar cinco millones de empleos a través del programa ‘Buy American’, ejerciendo desde el gobierno la compra de productos propios, con estímulos fiscales a la innovación y manufacturas; esto mientras nuestra oferta exportadora continúa bajo un marcado dominio de ‘commodities’, expresando incapacidad de construir valores agregados y estando aún lejana de una verdadera diversificación. Ambos factores configuran un panorama estéril para el crecimiento económico colombiano, a través de este intercambio comercial.

En la esfera política es posible notar que el acuerdo de paz lograba cambiar el corazón de la relación colombo-estadounidense, pero los gobiernos hoy vigentes se empeñaron en renarcotizarla.

En Colombia, gobierno y negociadores del TLC con EE. UU. prometían entre uno y dos puntos porcentuales adicionales al PIB tras su firma, los cuales no se concretaron. Sin razones para seguir esperando mejores resultados en la normalidad, la situación se oscurece bajo el contexto de la COVID-19.

En la esfera política es posible notar que el acuerdo de paz lograba cambiar el corazón de la relación colombo-estadounidense, pero los gobiernos hoy vigentes se empeñaron en renarcotizarla. EE. UU. insistirá en observar las drogas como un problema de oferta, ignorando la corresponsabilidad y que sus nuevos consumidores en 2018 (cifra más reciente), crecieron más que entre 2009 y 2013.

Si bien Biden y los demócratas pueden tener mayor conocimiento de causa acerca del acuerdo de paz, será difícil desnarcotizar la relación, máxime bajo el poco interés del actual gobierno colombiano. Así, Colombia se concentrará en apoyar las discusiones en torno a Venezuela, siendo su mejor carta para recomponer las relaciones con EE. UU. También, estará atenta a conocer si los costos sobre su desafortunada injerencia en las elecciones serán políticos o económicos.

La economía colombiana debe forjar su propio camino, es decir, revertir la desindustrialización, fortalecer la demanda interna, fomentar diversificación tanto de productos como de destinos de exportación, disminuir la dependencia utilizando acuerdos comerciales ya firmados y buscar nuevas alianzas. Aspirar y construir desarrollo deber ser producto de políticas propias, más que un resultado de elecciones foráneas.

La reciente elección estadounidense trae posibilidades de avance en cuanto a temas como cambio climático, migración y salud, pero no constituye una razón de fondo para esperar transformaciones directas y significativas en la esfera económica. Buscar autonomía política y respetar la ajena, y diseñar y ejecutar políticas públicas de calidad son los primeros pasos para que un día un huracán en EE. UU. conduzca apenas a un aleteo en Colombia.

Andrés Gómez León
Docente de la Facultad de Administración, Finanzas y Ciencias Económicas
Universidad Ean