Si pienso en lo opuesto a salud mental inmediatamente se me ocurre “enfermedad mental”; así, justo cómo surgió y se institucionalizó el concepto a principios del siglo XX. Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), estoy equivocado, o debería pensar más bien en “sufrimiento”.
Es decir, si soy un enfermo mental, no necesariamente tengo algún problema de esta naturaleza. Podría, por ejemplo, tener un diagnóstico de esquizofrenia paranoide o de trastorno bipolar y al mismo tiempo gozar de un regio estado de salud mental. Por el contrario, si sufro -cualquier cosa que eso signifique-, entonces sí que me encuentro mal de esa “salud”.
Discurso poco intuitivo y problemático, pero tal vez no podría ser de otra manera por su propia historia.
Salud es una palabra que en origen se refiere a un estado del cuerpo en que hay un bienestar absoluto. Un estado en que se carece de defecto o afección y, por lo tanto, un concepto que se refiere a algo que no existe. Pero, además, palabra que por tradición judeocristiana fue extendida del cuerpo al alma, implicando justamente un buen estado absoluto, pero traducido en este caso como estado de gracia o perfección, seguridad y felicidad. De ahí seguramente la animadversión por el sufrimiento.
En ese sentido, es necesario aclarar, para quienes estén lejos de la psicología -incluyendo paradójicamente a varios colegas- que no hay consenso sobre el carácter mental de lo psicológico. Por el contrario, y a pesar de lo que pudiera pensarse, es una idea bastante resistida con base en argumentos científicos atractivos de vieja data. En palabras llanas, los psicólogos no estamos de acuerdo sobre la existencia de fenómenos mentales.
En suma, salud mental es un concepto que dista de la lógica científica en tanto que se refiere a un estado que no existe, de unos fenómenos sobre cuya existencia no hay acuerdo.
Lamentable cuando se mira de cerca la política pública de un país como el nuestro, tan necesitado de mapas claros para la acción con impacto real. Pero al final, un panorama comprensible, es cuando se entra del contacto con profesionales que desprecian las reflexiones conceptuales, por considerarlas impertinentes en el quehacer operativo.
No digo tampoco que todos los defensores de este discurso ignoren el problema; incluso reconozco en muchos de ellos sobresalientes excepciones, que en su lucha por aportar celebran victorias como la visibilidad que ciertos temas han ganado gracias a esta forma de hablar. Solo digo que estamos equivocando el camino y que habría formas mucho más provechosas de trabajar para lograr sus propios loables objetivos.
Estoy consciente de que mis palabras son una especie de herejía en el mundo actual, pero soy un científico y justo por eso no me convencen los argumentos de autoridad o tradición. Por supuesto, como contraparte, concedo que puedo estar equivocado y, en tal caso, estoy dispuesto a aceptar y cambiar; ¿estarán mis colegas en la misma disposición?
Escrito por: René Bautista, director de la especialización en Psicología educativa de la Universidad Ean