El cambio climático está presente y parece que todo nos lo recuerda cada día. Una emergencia ambiental que se debe responder de inmediato.

El huracán Doria, que alcanzó la máxima categoría; las oleadas de calor, de hasta 40 °C, en el Viejo Continente; la desaparición del glacial Ok, que en 1980 cubría 16 kilómetros cuadrados; y los innumerables incendios en la Amazonía son solo algunos de los hechos que, desde diferentes aristas, dan cuenta de una realidad: el cambio climático está más presente que nunca y está llevando a los sistemas naturales a un punto que podría no tener retorno.

Para 2030, las metas de reducción de gases de efecto invernadero tendrán una primera revisión de cumplimiento en diciembre de 2020, pero, al parecer, las naciones aún no han entendido la magnitud de esta emergencia.

Ahora bien, es importante, al menos para el tema de la región de la Amazonía, precisar algunos elementos que pueden desinformar: los diferentes focos de incendios pueden tener orígenes naturales o ser ocasionados por el hombre, pero, en este último caso, históricamente hemos tenido situaciones tan complicadas como las de 2019, en años de sequía excepcional como 2005 y 2010 o de deforestación alta como ocurrió entre 2002 y 2004.

Estos incendios antrópicos vienen justo después de procesos de deforestación (al adecuar los suelos para actividades de cultivo o de ganadería) y, en algunos casos, se extienden a zonas no deforestadas, por factores como el viento o las altas temperaturas.

Entonces, ¿por qué tanta alarma en el mundo con los últimos incendios en la Amazonía, si al parecer es algo que pasa a menudo?

Porque las políticas de aprovechamiento de los recursos en la Amazonía brasileña (y en el de las otras naciones) parecerían solo observar el retiro de la cobertura natural para el desarrollo de actividades agropecuarias tradicionales en suelos que no son aptos para gran productividad y que tienen unos costos ambientales ocultos.

Sí, costos ambientales de gran valor: la pérdida de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas y los ciclos biogeoquímicos globales, porque el agua que se evapora en la respiración de la Amazonía nutre de humedad a la atmósfera mundial (así como la arena del Sahara ayuda a controlar las temporadas de huracanes en el Atlántico).

Estamos interconectados como planeta y, por ello, los llamados a trabajar colaborativamente deben ser muchos más y deben hacerlo con mayor contundencia. La cumbre en el Amazonas, en donde los presidentes de las naciones involucradas (incluyendo Colombia y Perú) están buscando acuerdos, deben tener presente que nada será suficiente si no se cambia la forma en la que concebimos el aprovechamiento de los recursos bio de los territorios.

Más que madera y suelo para producir, hay oportunidades de aprovechar racional y sosteniblemente los recursos para traer valor social, ambiental y económico a las poblaciones y los territorios.

 

José Alejandro Martínez
Profesor Facultad de Ingeniería
Universidad EAN