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Las sanciones anunciadas por el presidente Trump son una campanada de alerta para Colombia. Este paquete de medidas, que incluía aranceles de emergencia del 25% (con posibilidad de aumentar al 50% en solo una semana), restricciones financieras y migratorias, de haberse implementado tenían el potencial de sacudir la base económica de nuestro país. Estas decisiones no solo pueden marcar un punto de inflexión en la relación histórica con nuestro principal socio comercial, sino que también pudieron tener repercusiones nefastas para nuestra sociedad y para miles de familias colombianas que dependen directa o indirectamente de estos lazos.

Estados Unidos no es un socio más; es, sin duda, el motor principal del comercio exterior colombiano. Según datos de Procolombia, en 2023 exportamos a ese país 13,3 mil millones de dólares, lo que representa el 27% de nuestras exportaciones totales. Productos como el petróleo crudo, el café y las flores, que son el orgullo de nuestra tierra, están en el epicentro de esta relación comercial. Pero no es solo comercio, es también inversión: en 2023, Estados Unidos aportó 5.767,8 millones de dólares en inversión extranjera directa (IED), un aumento del 14,3% respecto al año anterior. Esto nos dice algo evidente: dependemos más de ellos que ellos de nosotros. Mientras que para Colombia, Estados Unidos es su principal destino comercial, para ellos, Colombia es apenas uno más en su lista.

Además del comercio, Estados Unidos ha sido nuestro principal aliado en la lucha contra el narcotráfico. Durante décadas, ambos países han trabajado en conjunto para combatir un flagelo que afecta no solo a Colombia, sino a toda la región. Esta cooperación ha sido vital para la estabilidad regional, pero las tensiones actuales amenazan con debilitar estos esfuerzos conjuntos.

Los grandes afectados: importadores, exportadores y la economía colombiana

Los aranceles del 25% (y su posible aumento al 50%) pudieron afectar directamente la competitividad de productos icónicos como el café, las flores y el petróleo. Esto no solo pudo reducir nuestras exportaciones, sino que pudo impactar a miles de empleos en sectores agrícolas e industriales. Por otro lado, los importadores colombianos tampoco se salvavan: las sanciones financieras habrían dificultado las transacciones bancarias internacionales, encareciendo los bienes y servicios que compramos en Estados Unidos. Sectores que dependen de insumos importados, como el manufacturero o tecnológico, enfrentarán costos más altos, lo que inevitablemente repercutirá en los precios al consumidor.

El peso, la inflación y el círculo vicioso

La incertidumbre generada por estas sanciones pudo provocar una inevitable depreciación del peso frente al dólar. ¿Por qué? Porque los inversionistas extranjeros hubiesen tenido que buscar refugio en economías consideradas más “seguras”, retirando sus capitales del país y elevando la demanda de dólares. Sumado a esto, la disminución de ingresos por exportaciones, debido a los aranceles más altos, habría debilitado aún más nuestra balanza comercial, reduciendo el flujo de dólares en el mercado. Conforme a la ley de oferta y demanda, esta combinación de mayor demanda y menor oferta de divisas generaría un incremento en el precio del dólar, lo que se traduciría en una depreciación significativa del peso colombiano. Como si esto no fuera suficiente, las restricciones al acceso de financiamiento internacional limitarían aún más la entrada de divisas esenciales para estabilizar nuestra economía, intensificando los desequilibrios financieros del país.

Un peso más débil tendrá un efecto dominó sobre la inflación; los productos importados serían más caros, desde alimentos hasta tecnología, lo que aumentaría los costos para empresas y hogares.

¿Qué debemos hacer como país?

Es cierto que diversificar nuestros mercados es clave. Pero pensar que la solución es simplemente «buscar a China» es ingenuo. La verdadera respuesta está en construir un país más competitivo, con productos y servicios de mayor valor agregado y no depender mayoritariamente de los commodities. Esto exige una apuesta decidida por la educación, la investigación y el fortalecimiento de nuestro mercado interno.

Además, necesitamos impulsar el emprendimiento sostenible como una de las estrategias centrales de recuperación. Esto implica fomentar iniciativas que no solo sean rentables, sino que también sean responsables con el medio ambiente, generen valor agregado y contribuyan a la creación de empleos dignos. El emprendimiento sostenible no es solo una moda; es el camino hacia una economía más resiliente.

Por último, la diplomacia debe jugar un papel central. Este no es el momento de rupturas definitivas; es el momento de sentarse a dialogar, con argumentos sólidos y estrategias claras, para recordar a Estados Unidos que esta relación bilateral ha sido, históricamente, mutuamente beneficiosa.

Las sanciones, ya suspendidad por Estados Unidos representan un desafío sin precedentes para Colombia, pero también son una oportunidad para reflexionar sobre nuestras vulnerabilidades económicas. Si algo está claro es que el camino hacia la recuperación no será fácil, pero con un liderazgo estratégico, una diplomacia activa y una visión de país a largo plazo, podemos convertir esta crisis en una oportunidad para redefinir nuestro futuro. Es momento de actuar con contundencia y unidad para garantizar una Colombia más sólida y sostenible.

Lorena Piñeiro Cortés
Vicerrectora de Innovación Académica
Universidad Ean 

 

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