Cada crisis financiera ha traído consigo un “salvavidas económico”. A pesar de sus dificultades, las criptomonedas parecieran ser la alternativa para esta época.

 

Disfruto mucho comer, creo que a todos nos gusta. Desde hace algunos años me he propuesto conocer, cada cierto tiempo, un plato diferente, asumiendo el riesgo de que este no cumpla con mis expectativas. En términos generales, las sorpresas gratificantes han sobrepasado las desagradables, pero en parte porque durante mucho tiempo seleccioné la misma comida para evitar leer toda la carta y saber qué esperar.

Mi actitud no dista mucho de la realidad económica. En la década de los setenta ocurrieron situaciones bastante especiales que nos permiten probar las recetas económicas tradicionales y nos llevan a preguntarnos si es momento de cambiar nuestro plato.

Durante esa época, la inflación fue un fenómeno bastante serio para los Estados Unidos; desde 1976 a 1979 se registró un alza en los precios de 4,9% a 13,3%. Como consecuencia, el dólar norteamericano se devaluó 70% frente a otras monedas y los bonos gubernamentales tuvieron una fuerte desvalorización (en promedio de US$100 a US$69 en un plazo de 10 años).

Esa crisis de divisa evidencia cómo inflaciones sin control pueden traducirse en pérdida de confianza en una moneda, causando nerviosismo en la deuda del Gobierno y valorizando otros activos (el oro aumentó cuatro veces su precio). Las soluciones al problema consistieron en emitir bonos Carter en francos suizos y marcos alemanes. Por otro lado, la Reserva Federal incrementó las tasas de interés del 5% al 16% y, por último, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sacó al mercado 12.100 millones DEG, reserva internacional complementaria o dinero mundial.

 

“Las crisis de las divisas se traducen en pérdida de confianza en una moneda, causando nerviosismo en la deuda del Gobierno y valorizando otros activos”.

 

Los DEG son dinero gubernamental porque son medio de cuenta (cada país sabe cuánto tiene), medio de cambio (se realizan transacciones entre sus miembros) y reserva de valor (los países confían e invierten en los DEG). En el mercado de los DEG, si un país tiene problemas en sus cuentas externas puede pedirle “prestado” a otro país a cambio de pagar una tasa de interés. El FMI actúa como banco porque se encarga de asignar DEG en un esquema en el cual intermedia entre países (curiosamente los DEG no hacen parte del balance contable del FMI).

En 2008, además de los movimientos de la Reserva Federal y del FMI, se creó una alternativa al dinero tradicional: las criptomonedas, dinero que a diferencia del emitido por los Bancos Centrales no crece de forma indefinida, tiene un límite; por ejemplo, el máximo monto emitido de Bitcoins alcanzará 21 millones de unidades, lo cual podría traducirse en procesos deflacionarios (cuando se tiene escasez de moneda, el comprador del bien tiene más capacidad de negociar el precio del activo hacia abajo).

En esencia, el dinero tradicional fundamenta su confianza en inflaciones bajas y endeudamiento del Gobierno moderado, mientras las criptomonedas establecen su confianza en la posibilidad de crear y mantener redes de transacciones descentralizadas.

En el caso del Bitcoin, los intercambios se registran en bloques. Piense en una caja de cartón que contiene cuadernos y en esos cuadernos se registran operaciones; cuando la caja se completa, se sella con cinta pegante y, posteriormente, se conecta con una nueva (por eso se llama cadena de bloques, “blockchain”). De acuerdo con lo anterior, las criptomonedas permiten tener activos que no dependen del comportamiento de los gobiernos y de esta forma ayudan a proteger nuestros recursos.

El problema de estas radica en la velocidad de las transacciones, porque al no tener una entidad centralizada, las operaciones deben validarse por muchos usuarios (debe haber consenso para que una transacción se registre en la cadena de bloques).

Algunas criptomonedas trabajan en solucionar este tema, incrementando la velocidad de las negociaciones, como en el caso de MIOTA (criptomoneda asociada al internet de las cosas) o creando redes alternativas como Ethereum, que permite crear contratos inteligentes de forma descentralizada (inteligentes en el sentido que se actualizan constantemente). Otras dificultades de las criptomonedas se encuentran en las burbujas (de agosto 2017 a abril 2018), los robos masivos por internet a sus plataformas o exchanges y la desnaturalización de las relaciones interpersonales.

 

“Entre las principales dificultades que tienen las criptomonedas están la ausencia de una entidad centralizada, los robos por internet a sus plataformas y la desnaturalización de las relaciones interpersonales”.

Hace poco seleccioné un restaurante, consultando las estadísticas y comentarios. Ese restaurante tenía únicamente tres opiniones, pero estaban escritas de forma diferente y especial. Después de conocerlo, y a pesar de su baja ocupación, me llevé la experiencia más gratificante, al probar algo nuevo y delicioso.

Entonces, tomar la opción de las criptomonedas me remite al refrán “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Creo que la comodidad, la costumbre, la presión social, el facilismo y el miedo dan mucha fuerza a esta frase. Ese impulso nos niega posibilidades y nos mantiene como clientes permanentes de nuestros proveedores. ¿Será que somos capaces de asumir el riesgo del bueno desconocido?

 

Camilo Vargas
Profesor Facultad de Administración, Finanzas y Ciencias Económicas
Universidad Ean