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Por: Lida Alejandra Acosta (Investigadora RADDAR CKG / Directora de Estudios Económicos)   y Beatriz Estefanía Jiménez Aguirre – Investigadora RADDAR CKG.

Para algunos son conocidos como huracanes, para otros ciclones y para otros cuantos tifones, lo cierto es que estos fenómenos naturales se forman cuando hay una serie de tormentas eléctricas acumuladas que se desplazan sobre aguas cálidas. Pero, ¿qué tal si estos huracanes no se dan únicamente sobre las aguas? ¿Qué tal si los llevamos a un contexto económico?

No vayamos tan lejos, nuestro vecino Ecuador, llevó bastante tiempo acumulando una serie de tormentas tropicales y no solo por encontrarse ubicado sobre la línea ecuatorial. De hecho, su ubicación estratégica que le permite una amplia gama de pisos térmicos y su diversidad de recursos naturales podrían significar una ventaja comparativa frente a otros países. El problema es que en lugar de tomar estas ventajas y sacarles provecho generando un valor agregado en los sectores secundario y terciario, se ha quedado rezagado en el sector primario. Esto lo ha llevado a verse en una posición vulnerable frente a la alta volatilidad en los precios de las materias primas, sobre todo en el caso del sector minero energético. A esto se le suma un incipiente desarrollo industrial que ha llevado a términos de intercambios inequitativos. Se podría decir que acabamos de describir la primera etapa de nuestro huracán, es decir una serie de tormentas que poco a poco se fueron acumulando.

Con los precios del petróleo por las nubes, alcanzando un costo por encima de los 100  dólares el barril, Ecuador decidió llevar a cabo una serie de desarrollos en torno a su infraestructura y política pública, la cual significó una expansión en el gasto público a costa de los ingresos generados por la bonanza del petróleo. A esta situación, el mandatario de entonces llamó “el milagro ecuatoriano”, suponiendo que los precios de este commodity, se mantendría estable. Este espejismo, en torno al líquido viscoso y negro, arrojó crecimientos en la economía superiores al 4%, mediante un crecimiento del gasto público que pasó de ser del 25% al 45% del PIB. De manera que ante una supuesta calma, en un proceso silencioso, el aire cálido de la tormenta y de la superficie oceánica, se fueron combinando y comenzando a elevarse para así finalmente generar una baja presión sobre la superficie océano, la segunda etapa de una tormenta inminente.

En la tercera etapa se puede decir que se ha llegado al “giro”, los vientos del gasto público y la caída de los precios del petróleo circulaban en direcciones opuestas haciendo que la tormenta comenzara a girar. En lugar de abrocharse los cinturones y ser más austeros en sus gastos, el gobierno de Rafael Correa decidió seguir creciendo a punta de gasto público, pero esta vez endeudándose con el exterior, especialmente con China, cuya obligación asciende a aproximadamente el 30% de la deuda externa. La cifra de la deuda oficial acumuló un total de 27.871 millones de dólares al tercer trimestre del 2017, sin incluir aquellos pasivos pendientes con instituciones públicas. Al considerar ambos tipos de deuda (interna y externa) la cifra llega a unos exorbitantes 42.000 millones de dólares, excediendo así el límite de endeudamiento del 40% sobre el PIB.

Como si fuera poco, la crisis petrolera vino sucedida y acompañada del terremoto de magnitud de 7,8  en abril del 2016, que afectó a más de un millón de personas. Pero un país endeudado con uno de sus principales productos de exportación con los precios por el piso, no podía hacer frente al problema solo. Entonces tuvo que recurrir a un préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), emitir papeles del Estado, recurrir a contratistas y demás entes privados. Para no alargar el cuento, la deuda llegó a los 56.000 millones de dólares, de acuerdo con el analista y asesor económico Alberto Acosta.

Pero no todo fue plata prestada, el gobierno de Correa, también llevó a cabo una serie de estrategias en torno a lo que se consideró como una serie de “torturas a los contribuyentes”, que fueron desde oleadas de aranceles, mareas altas de impuestos a la herencia, hasta aumentos en el impuesto al patrimonio y a las utilidades, todo un paquetazo fiscal. Sin embargo, esto no pudo evitar un sobreendeudamiento público, ocasionando serios problemas tanto al ecuatoriano de a pie, como a las empresas que son las que finalmente generan empleos. Estas circunstancias llevaron a que el aire se elevara cada vez más rápido con el fin de llenar los espacios de baja presión, atrayendo a su vez más aire cálido y absorbiendo aire más frío y seco hacia abajo.

La tormenta siguió avanzando y se desplazó por la costa del pacífico ecuatoriano, absorbiendo a su paso más aire cálido y húmedo. La velocidad del viento fue mayor conforme llegaba al centro de baja presión, hasta pasar a ser un huracán. Aquí se llegó al meollo del asunto, la falta de liquidez en la economía ecuatoriana. Con una balanza comercial negativa, un bajo nivel de inversión e incentivos para atraerla y deudas colosales, los números estaban (y de hecho, continúan) en rojo, no hay plata. Y si no hay dinero, esto fácilmente se puede traducir en menores niveles de gasto, ya no solo del gobierno, sino de las empresas y de los ciudadanos. Como no todo lo que brilla es oro, la desconfianza comenzó a relucir, siendo su principal combustible la carga impositiva a las empresas y a los ecuatorianos. Era inminente la quinta etapa del huracán, bien conocida como la “velocidad”.

Ecuador actualmente se encuentra en la última etapa, el ojo del huracán, un centro de vientos calmos rodeados de vientos más fuertes, tormentas pesadas y altas precipitaciones, pues como se ha notado lo envuelve una difícil situación económica, frente a la cual, el gobierno no puede obrar por el lado de la política monetaria, pues se trata de una economía dolarizada, a la que en cierta medida le afectarán las decisiones tomadas por la Reserva Federal. Lo malo es que mientras EE.UU. tose, a Ecuador le da gripa, entonces es lógico pensar que los incentivos no deben ser los mismos. De hecho, el incremento en las tasas de la FED, puede agravar la situación en Ecuador, ya que por un lado atraerá mayor inversión a dicho país, al ser percibido como menos riesgoso y más rentable y adicional a esto, ocasionará una revaluación del dólar. A esto se le suma un encarecimiento del costo del financiamiento externo e interno a través del aumento en las tasas de interés.

La revaluación del dólar le quita competitividad a las exportaciones no petroleras, pues sus precios en el extranjero serán percibidos como relativamente más caros. Así mismo, los productos importados serán vistos como relativamente más baratos, lo que puede llevar a mayores decrecimientos en los precios, acentuando el tema de la deflación, la cual constituye un reto para las empresas. Los bajos precios, en algunos casos como producto de remates y promociones de manera sostenida hacen que el consumidor se acostumbre a un nuevo nivel de precios. Otros inclusive están a la expectativa de que bajen más y aplazan así su consumo.

En resumen, Ecuador actualmente se encuentra en un proceso de desaceleración, principalmente por cuenta del freno del gasto de los hogares y del gobierno junto con una ausencia de inversión privada y un alto nivel de endeudamiento, que tal como sucede en un huracán natural, se debió a una serie de vientos a grandes velocidades, a más de 200 km por hora. Será todo un reto para el nuevo gobierno, el ponerle un freno y luego hacer frente a las consecuencias que resultan de un desastre natural de esta magnitud.

 

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