Por: Lida Alejandra Acosta (Investigadora RADDAR CKG / Directora de Estudios Económicos)
Con todas las noticas que corren en las redes sociales y con todo lo que reportan los periódicos, referente al CoVID-19, lo que queda en el ambiente es que el virus además de ser una piedra en el zapato para la Salud Pública se ha convertido en un transgresor de todo tipo de espacios de la vida globalizada, y entre otras cosas ha afectado la economía. El virus ha sembrado sus tentáculos desde las bolsas de valores en el mundo hasta el comercio minorista; tanto que como sociedad hemos llegado al límite de estigmatizar el mercado asiático llegando hasta el hecho de involucrar en esto incluso hasta los alimentos.
El miedo entonces nos ha llevado a etiquetar como malo a todo lo que proviene de Asia – porque al final nuestro desconocimiento nos lleva a no entender la diferencia entre China, Japón, Corea, Hong Kong, etc. – y ese miedo lo hemos diseminado a lo largo del mundo, a tal punto, que hoy los populares barrios chinos no gozan de la misma afluencia de visitantes, especialmente a los restaurantes, llegando esto a afectar a un sinnúmero de establecimientos en donde se prepara comida asiática, pero que sus provienen específicamente de este continente.
Por ejemplo, los restaurantes chinos en Colombia se han visto afectados por la reducción en el consumo de las personas ante el temor provisto por la desinformación, pese a que, hasta el momento, la comida no representa ningún riesgo para la salud humana. Y es ahí donde la estigmatización llega hasta la xenofobia que se hace evidente a través de la discriminación por los rasgos y múltiples elementos asociados a la cultura.
Esta misma situación se ha experimentado en múltiples ocasiones, que bien vale la pena recordar, como por ejemplo el brote de fiebre aviar entre el 2004 y 2006 y la gripe porcina conocida como H1N1 en el 2009, todas estas situaciones llevaron a una reducción en el consumo de proteínas pese a que no en todas las ocasiones registraban un efecto negativo sobre la salud o algún riesgo viral, llegado a incluso a estigmatizar su consumo.
Todo parece ser que la desinformación y el pánico terminan siendo los peores enemigos del comercio de alimentos, pues no solo se ve afectado el comercio mundial, sino también el consumo interno de los hogares. Por otro lado y en respuesta a que los consumidores tomen decisiones más sabias cuando de consumir alimentos se trata, no solo en este aspecto sino en el consumo de alimentos procesados, el gobierno nacional ha desarrollado estrategias para que las personas estén mucho más informadas.
Es así como, en los últimos días, el modelo de etiquetado nutricional para los alimentos ultraporcesados tiene como objetivo que los consumidores tomen decisiones informados a la hora de comprar los mismos, con el fin de que estos sean conscientes de su contenido alto en azucares, sodio y grasa saturadas. Este modelo responde a un antecedente que se desarrolló en Colombia en años anteriores, en donde se buscó resaltar en porcentaje de los contenidos que los alimentos tenían, pese a esto, represento una dificultad en su lectura lo que no generaba en las personas un gran impacto en las decisiones de compra informadas.
De esta manera, pese a que se presentan avances importantes en la formación de consumidores más conscientes, eventos como el coVID-19, la gripe porcina, la fiebre aviar entre otros, nos muestra la desinformación que ronda en los hogares, deviniendo esto finalmente, en afectaciones negativas al comercio especialmente a canales tradicionales en la distribución de alimentos. Toda está desinformación lleva a qué día a día se estigmaticen ciertos productos pese a que verdaderamente en muchas ocasiones no representen una amenaza.