Por Daniela Ramírez – Investigadora RADDAR CKG.
Cuando empezaron a surgir los influenciadores/youtubers y se dio el inusitado boom de esta nueva forma de comunicación y de construcción de audiencias ( y hoy de trabajo) sorprendió ver, cómo las personas, pero en especial los adolescentes, depositaron su confianza casi que ciegamente en lo que estos decían, pero esa situación ha ido cambiando poco a poco por distintas razones, sólo por citar un ejemplo podemos ver el caso de la influenciadora colombiana Pautips quien mediante un video en Youtube anunció su retiro temporal de las plataformas por desordenes alimenticios y depresión, sin embargo, contados días después sale ella misma diciendo que ese video había sido grabado un par de meses antes, y que ya se encontraba recuperada.
Sucedido esto, las audiencias, los medios e incluso otros influenciadores atacaron a Paula, argumentando que la salud mental no era un tema por medio del cual se buscara aumentar seguidores y/o ganar vistas, y que ese tipo de acciones podrían ser perjudiciales para los jóvenes consumidores de sus contenidos, quienes no están exentos de sufrir realmente de algún tipo de trastorno psicológico o alguna patología psiquiátrica.
Lo anterior lleva nuevamente lleva a la discusión de cuál es el poder que están teniendo los influenciadores, y de cómo ese poder puede afectar incluso desde la personalidad de sus audiencias a incluso la manera como esta consume, ya que los influenciadores en muchas ocasiones lo que más favorecen es lo que hoy en día llamamos economía digital.
Pero entonces, surge una nueva pregunta quizá un poco más profunda, y es, ¿Quién regula a estas personas, la gestión de este modelo económico y los impactos que esta tiene en el consumidor? En Colombia y en muchos rincones del planeta la respuesta es sencilla, NADIE. O bueno, al final el único filtro existente puede estar en el espacio que están usando para monetizar lo que hacen, con lo cual, les rige solamente las normas de Instagram y/o de YouTube, ya que, si alguna de esas normas es infringida, estas plataformas borran la publicación o la desmonetiza. No obstante, con todo y esto, la regulación nacional no afecta el impacto y la responsabilidad de la comunicación se diluye en medio de la opinión y de los volúmenes de información que navegan por la web.
Ahora bien, en Cartagena, en el marco del encuentro de la red internacional de protección del consumidor, el superintendente de comercio anunció que en el mes de diciembre saldrá un documento con una serie de recomendaciones tanto para influenciadores como para plataformas digitales, con el fin de que estas se autorregulen para proteger al consumidor.
Como economista al leer el término «autorregulación» automáticamente pensé en la mano invisible del mercado que Adam Smith planteaba como el actor regulador del mercado, sin embargo y siendo honestos el mercado nunca se autorregula solo; a veces, y cuando de derechos se trata, el mercado necesita una intervención, con esto entonces surge la duda con respecto a los influenciadores y plataformas digitales… ¿Será que se regularán solos?
Al final, la credibilidad y el criterio quedan en medio dejándonos ver como la popularidad de estos personajes sigue cayendo en popularidad ante la gente, y con ello su monetización es menor, y no en vano, de hecho, según evidencias puestas de manifiesto por el superintendente es que esta nueva forma de publicitar productos en el mercado ha llegado al punto, de recomendar marcas y bienes milagrosos, que tan siquiera cuentan con los estándares mínimos de comercialización y menos con registro Invima.