“Vamos a Washington con el periodista Cristóbal Vásquez que está en las inmediaciones del Capitolio y presenció los disturbios que ocurrieron ahí. ¿Cuéntanos cuál fue la imagen que más te impactó? – Me preguntó el presentador del programa ‘Todo es Mentira’ del Canal Cuatro en España, un día después de la toma del Capitolio por parte de simpatizantes armados de Trump.
“Buenos días, sin duda la imagen que más me impactó fue cuando salí al balcón del edificio Russell del Senado y vi explosiones y humo cerca al Capitolio y mientras eso pasaba batallones de Policía del Capitolio, la Guardia Nacional y otros grupos de la fuerza pública estadounidense se mantenían en formación, quietos, en la Avenida Constitution, justo al frente del Capitolio que estaba siento tomado por milicias fanáticas de Trump. Era increíble, no hacían nada a pesar de que la mayoría de los 435 Representantes a la Cámara de Representantes y los 100 senadores estaba en plenaria certificando la elección de Joe Biden como próximo presidente de Estados Unidos”. Eran las 8 de la mañana del día después ataque y no había dormido nada por cubrir los hechos que eran noticia en todo el mundo.
Al frente de los batallones que no reaccionaban también estaba una fila de tanquetas, carros blindados y camiones de la policía que también permanecieron parqueados sin tomar acción frente a los terroristas. Los militares, que por orden de mando responden al presidente, estaban ahí, pero dejaron que se tomaran el Capitolio. Esa fue la imagen que más me impactó: ver quietos a los mismos que meses antes darrollaron con violencia las manifestaciones pacíficas contra los asesinatos de afroamericanos por parte de la policía.
Como colombiano que tuvo que salir de su país a los ocho años por la violencia y por la amenaza de grupos armados al margen de la ley, era difícil de procesar ver como milicias armadas se tomaban el Capitolio, el ícono de la democracia en Occidente. ‘El Otoño del Patriarca’, de Gabriel García Márquez, se materializaba en el Estados Unidos de Trump y ya las descripciones de las dictaduras caribeñas y latinoamericanas eran comparables con lo que estaba pasando en Washington.
Pensé en la toma del Palacio de Justicia en Colombia cuando guerrilleros del M-19 se tomaron el edificio para tratar de hacer un juicio público al expresidente Belisario Betancur. Pensé también en el golpe de estado del General Rojas Pinilla en 1957 y en las cuestionadas elecciones que ganó Misael Pastrana Borrero después de que supuestamente se haya ido la luz durante el conteo de votos. Historias que solo creí que se narraban desde América Latina, pero que ahora un colombiano contaba desde la capital estadounidense.
Esa fue la imagen que más me impactó, pero el detrás de las cámaras también vale la pena contarlo también.
El 6 de enero de camino al congreso para cubrir la confirmación de Joe Biden decidí pasarme por la Casa Blanca donde Trump había convocado a las siete de la mañana a la tercera marcha ‘Maga Million March’ en apoyo a sus acusaciones infundadas de fraude electoral. Como en las marchas anteriores, la mayoría de la gente estaba sin tapabocas. No les importaba desafiar el Covid y lo hacían como muestra de su supuesta libertad, como si pudieran elegir ser víctimas del virus o no. Un virus que según manifestantes, lo estaban usando los demócratas para acabar con el presidente Trump. De hecho, Clay Clark, un trumpista invitado a dar un discurso antes de la intervención del expresidente esa mañana gritaba de forma desafiante que el Covid-19 era una farsa e invitaba con ironía a abrazarse con la persona que tenían al lado: “¡Abrásense, esto es un evento masivo de propagación, abrásense, esto es un evento masivo de propagación!”.
La marcha de ese día fue diferente a las dos anteriores del 14 de noviembre y 12 de diciembre en Washington. No era la misma gente, esta vez hubo más hombres camuflados y menos familias y mujeres. Más hombres con barbas con chalecos antibalas, banderas confederadas y símbolos de movimientos de nacionalistas blancos y neonazis. El ambiente era hostil, los gritos eran agresivos y reaccionarios. Parecía que esta vez no venían a expresar su simpatía por Trump sino a imponerla.
En la primera marcha que cubrí para France 24 entrevisté a muchos trumpistas que atendían de forma hasta simpática las preguntas de los medios: “lo que pedimos es que se investigue y se hagan los reconteos”, decía una simpatizante que había viajado desde Chicago. No eran ‘rednecks’ ni nacionalistas blancos sino familias estadounidenses de clase media que expresaban sin mucho fanatismo su apoyo al expresidente Trump justificado en su desconfianza y hastío por la corrupción de los gobiernos demócratas anteriores y el abandonado que han sentido de Washington. Su descontento era sensato y creíble, incluso trataban de mostrarse distintos al trumpista hostil que muestran en televisión. Tras escuchar sus quejas, era más fácil entender la división del país y el apoyo masivo a Donald Trump. Cubrir la primera marcha me acercó mucho más al estadounidense promedio que ha canalizó su desazón en la figura de un ‘empresario’ que criticaba a los políticos.
En la segunda marcha el tono subió. Los mensajes y los cantos eran contra todos los que no apoyaban al expresidente incluyendo a los magistrados de la Corte Suprema, tres de ellos nombrados por Trump, que un día antes habían rechazado abrir una investigación por fraude electoral. El plan de Trump se derrumbaba, sin embargo, según Tony Mathews, un trumpista afroamericano veterano de la guerra en Irak que estaba participando en la marcha y que entrevisté para France24, todavía había esperanza de que Trump se quedara en la Casa Blanca a pesar de la decisión de la Corte. «La política es un juego de ajedrez, no de damas. No creo que la estrategia fracasó, creo que le ayudó a darle visibilidad al fraude electoral. Además, creo que el presidente Trump, como era conocido antes de convertirse en presidente, definitivamente, se trae algo en mente para salir de esto. Hay otras formas de llegar a la Casa Blanca además de esta, tenemos la segunda enmienda». Es decir, como lo dijo otro simpatizante que entrevisté “si el objetivo no se logra a través de las leyes se logrará a través de las armas”.
En la tercera marcha, no quise ni sacar el micrófono ni entrevistar gente para que no pensaran que era periodista. France24 me recomendó además no asistir para prevenir contagios y por riesgo de agresiones de los simpatizantes de Trump que acusaban a los medios de ser los responsables de la derrota al haber declarado anticipadamente a Joe Biden como ganador. “Son los votos, no los medios quienes eligen al presidente en EEUU”.
Solo me quedé unos minutos y seguí hacia el Capitolio donde terminaba la marcha. El recorrido de esta ya había sido trazado y aprobado por la Alcaldía de Washington. Así que más allá de que Trump haya invitado a sus simpatizantes a caminar hasta el Capitolio, las milicias trumpistas iban a caminar de todas maneras desde Freedom Plaza hasta el Capitolio por la Avenida Pensilvania como lo hicieron en las dos marchas anteriores.
Como medida de prevención Muriel Bowser, alcaldesa afroamericana de la ciudad, le pidió a los activistas Black Lives Matter el día anterior que no salieran a manifestarse para evitar la violencia. Más de 13 personas, entre ellas Enrique Tarrio, líder del movimiento nacionalista Proud Boys, había sido arrestado días antes por porte de armas en el Distrito de Columbia donde es ilegal llevarlas.
Entrar al congreso sin medidas de seguridad adicionales
El ambiente era claramente tenso y la violencia era fácil de predecir. A las 11:30 am llegué rápidamente y sin tráfico a Capitol Hill, barrio donde está el Capitolio. La ciudad estaba sola por las marchas, el Covid y las vacaciones largas de fin de año que se toman los burócratas en Washington. Al llegar, no noté ningún operativo especial más allá del cierre de algunas calles que comunican a la Corte Suprema, el Senado, la Librería del Congreso y la Cámara de Representantes. No había presencia de Guardia Nacional, de policía antidisturbios, caballos o fuerzas especiales como sí hubo en las marchas Black Lives Matter.
Entré al edificio Russell mostrando mi credencial de periodista acreditado ante el Congreso, me quité mi chaqueta, el cinturón y mi maleta para pasar por el escáner siguiendo el mismo procedimiento que debe seguir cualquier persona que quiera entrar al congreso. Son edificios públicos y normalmente los visitantes, pueden entrar para escuchar las audiencias o hablar directamente con los congresistas. El único edificio que requiere permiso especial es el Capitolio donde están los hemiciclos del Senado y la Cámara de Representantes y al solo los periodistas, los congresistas y su equipo legislativo tienen acceso.
Adentro del Senado o la Cámara de Representantes, los periodistas de televisión solo pueden grabar en lugares establecidos. Estos son: las salas de prensa, los comités y las rotondas. Yo me ubiqué en la rotonda del Senado con mi trípode, luz y micrófono para salir en el noticiero del medio día de France24 en español. Casi no encuentro un lugar porque los canales de televisión nacional de Estados Unidos ya los tienen reservados. Además, debido al Covid, había que dejar una distancia de dos metros entre periodistas.
El afán de salir en vivo me impulsó a quitar el aviso que prohibía ubicarme en uno de los espacios designados para guardar la distancia. Miré a los colegas que tenía al lado para tantear sus reacciones pero no dijeron nada. A mi lado estaban Courtney Kealy, corresponsal en Washington de Turkish Radio and Televisión (TRT) y Kasey Hunt, corresponsal del congreso para NBC y directora del programa Kasie DC, una periodista muy conocida en el gremio.
En mi directo del medio día hablé de la certificación del presidente electo Joe Biden por parte del congreso. Un procedimiento de rutina que normalmente dura cerca de 30 minutos, pero que congresistas afines al expresidente objetaron forzando un voto en las plenarias de las cámaras. Además, Trump le había pedido en su discurso de la mañana al vicepresidente Mike Pence que “hiciera lo correcto, que no escuchara las voces de los demócratas” y desconociera los votos electorales ya certificados por los estados. Algo que centró la atención en la certificación.
Lejos de ser proceso simbólico y rutinario, el evento se tornó aun más noticioso cuando los simpatizantes de Trump empezaron a llegar al Capitolio a eso de la 1 pm. Entre mis conexiones en directo y la preparación del material periodístico, empecé a escuchar explosiones, gritos y disturbios. Una explosión llamó la atención de los periodistas que rápidamente se acercaron a las ventanas y los balcones de la rotonda para observar lo que pasaba. Minutos después todos en directo al mismo tiempo reportando la violencia y la señal de internet empezó a sufrir.
Los balcones de la rotonda en el edificio Russell ofrecen una de las mejores vistas al Capitolio y se podía ver los enfrentamientos entre la Policía que con inferioridad numérica trataba de mantener alejados de las entradas del Capitolio a los milicianos que les gritaban insultos y se iban abriendo espacio con palos, botellas, piedras y explosivos.
La última Coca Cola del congreso
Mirando desde una de las ventanas de la rotonda como la masa de gente estaba ad-portas de entrar al Capitolio me escribe mi jefa para pedirme que me conectara lo más pronto posible porque ya se habían entrado. Me pidieron que saliera en directo informando los últimos detalles. Con el zoom de mi cámara no alcanzaba a reportar lo que estaba pasando entonces volví a mi espacio conquistado y empecé a escuchar a CBS rápidamente para confirmar la noticia y obtener más detalles. Cuando miré alrededor todos los periodistas estaban conectados en vivo al frente a sus cámaras y con las luces prendidas para reportar el hecho.
Minutos antes de ir en vivo se me congeló la imagen de la aplicación LIVEU que uso en mi celular para salir en vivo. Eran tantos periodistas conectados al internet desde el mismo lugar que mi conexión no fue suficiente y se cayó la señal. Por Whatsapp me dijo la productora de France 24 que corriera a un lugar con menos gente y menos cámaras para recuperar la conexión. A diferencia de los otros periodistas yo no tenía camarógrafo, era el hombre orquesta y tenía que resolver el inconveniente. Cogí mi trípode, el micrófono, la luz y mi celular, y empecé a correr por los pasillos del senado buscando buena señal. Lo de correr por los pasillos del congreso ya me lo conocía cuando perseguía congresistas para que hablaran sobre el Acuerdo de Paz en Colombia, un tema que le interesaba a Caracol Radio, emisora en la trabajé como corresponsal durante cuatro años.
Sin darme cuenta terminé instalándome al frente de la oficina de Mitch McConnell, líder de los republicanos en el senado que durante tanto tiempo respaldó a Donald Trump pero que se convirtió en uno de los primeros senadores en reconocer a Biden como presidente electo. La placa con el nombre del senador salía como fondo perfecto para mis directos y ya había recuperado la señal para el especial que empezó a las dos de la tarde. Hablé en directo casi cuatro horas sin parar describiendo el intento de golpe de estado como lo describían algunos analistas.
Santiago Aristía, el presentador argentino que estaba a cargo del especial empezó a preguntarme todo tipo de cosas. Seguramente la orden del director era seguir conectado con Washington a toda costa. “Cristóbal, contanos: ¿hay algún precedente de lo que esta pasando en la capital estadounidense? ¿Ha dicho algo Donald Trump sobre lo que está pasando? ¿Por qué los policías no hicieron más para proteger al Capitolio? ¿Por qué no nos contás cómo está el ambiente, que escuchás afuera, qué ocurrió con los congresistas que estaban en plenaria, ya fueron evacuados, qué reacciones se conocen?”
Me sorprendí con mi capacidad de hablar tanto durante tanto tiempo. Sacaba de la manga datos, contexto y análisis sobre lo que estaba ocurriendo sin poder mirar las actualizaciones de mi celular porque lo usaba como cámara. Se me caía el tapabocas de tanto hablar, sudaba y me dolían las piernas de estar parado tanto tiempo frente a la cámara.
“El silencio es mortal en radio, así no sepa hay que contar algo”, me dijo una vez mi exjefe en Caracol y fue esa capacidad de locución que aprendí haciendo radio la que me permitió navegar horas de cubrimiento con France24 desde los pasillos del senado.
Conté que nos dejaron encerrados en el edificio Russell durante casi tres horas por seguridad. Narré que habían suspendido el servicio de metro interno del congreso y que los túneles que comunican los edificios del legislativo estaban cerrados para evitar que las milicias llegaran hasta donde estaban los periodistas, ‘los enemigos del pueblo’, como los llamaba Trump. Fue información que tenía de primera mano porque me lo contó Juan Silva, el camarógrafo de la corresponsal turca. Nos habíamos hecho amigos después haber instalado mis equipos a su lado en la rotonda y después de quejarme con él de que me moría de hambre porque no había desayunado bien. “Esa es la vida del periodista”, me contestó.
Me enteré del cierre de los túneles porque durante una pausa para recargar baterías del celular, se apareció Juan con un sánduche y una Coca-Cola: “esto es lo último que pude conseguir por acá. Yo fui el último al que le dejaron comprar algo porque ya iban a cerrar los restaurantes y los túneles y pensé en usted”. ¡Detallazo! Un gesto de empatía y de solidaridad entre colegas muy atípico entre los periodistas que me recargó la tarde de energía física y mental.
Esa dosis de energía me permitió seguir reportando largas horas desde los pasillos del senado como las milicias trumpistas que no tenían contra quien pelear porque los activistas afroamericanos no salieron a las calles, la cogieron en contra de los edificios públicos y los periodistas. Escribieron amenazas en las paredes contra los medios y destrozaron trípodes, luces y cámaras de varios colegas que estaban afuera cubriendo la marcha, entre ellos, los equipos del camarógrafo de Associated Press.
“A nosotros nos pusieron guardaespaldas para cubrir las marchas. Andamos con un gorila para el periodista y otro para mí”, me dijo José Luis Agredo, camarógrafo de Telemundo- NBC cuando hablé con él por teléfono. No era el único, así andan otros periodistas de medios nacionales como CNN, del que hace parte el presentador Jake Tapper que en su programa dijo que lo que estaba pasando era algo que se reporta en ciudades como Bogotá.
Los congresistas lograron refugiarse en sus oficinas, en cuartos de seguridad o fueron evacuados. La toma duró casi cuatro horas y desde sus casas varios amigos estadounidenses me escribían diciéndome que no podían creer las imágenes que veían en televisión de policías tomándose fotos con los atacantes, ayudándolos a bajarse de las escaleras del Capitolio. Los congresistas, los periodistas y los milicianos parecían tener protección, Todos estaban a salvo, menos lo que era de la gente, lo público que no pudieron defender los ciudadanos.
Fue posiblemente, el frio de los simpatizantes y el aburrimiento de no saber que más hacer adentro del Capitolio lo que le permitió a la policía y a los más de mil hombres de la Guardia Nacional que estaban en la ciudad retomar el control del edifico a eso de las seis de la tarde. A las 8:30 PM se volvió a iniciar el debate y la votación para culminar el acto protocolario de certificar al nuevo presidente.
La confirmación de Biden terminó a las 3:40 am del 7 de enero. Mientras terminaba la certificación final, quise ir a mi casa a bañarme. Tenía que regresar a la 1 de la mañana al congreso para hacer los directos con Telecinco, Canal Cuatro, TeleMadrid y France 24 pero no pude salir del Congreso porque había un cierre permanente en el legislativo y la policía me advirtió: “Si sale no puede volver a entrar a ninguno los edificios del Congreso. Estamos cerrados por seguridad”.
A las 4 am, en directo para TeleMadrid desarrollé la noticia sobre el saldo de cuatro muertos que dejaron los ataques hasta el momento. Hablé de como encontraron bombas cilíndricas, cócteles molotov y armas largas en los edificios cercanos al Capitolio y narré que más de 53 personas habían sido arrestadas por no respetar el toque de queda impuesto en la ciudad y por portar armas.
Daños que no solo atentaron contra la integridad de los congresistas que intentaban llevar a cabo la confirmación simbólica del presidente electo, sino que atentaron contra la credibilidad y la institucionalidad del sistema político estadounidense. Atentaron contra el referente máximo de la democracia en América y derrumbaron en el imaginario ese monstruo invencible que representaba el Capitolio.
A las 9:30 am fue mi último paso en directo para el programa “Todo es Mentira” con el Canal Cuatro de España en el que además de responderles cual fue la imagen que más me impactó, me pidieron que describiera con lujo de detalles quién era Jake Angeli, el militante que disfrazado de bisonte presidió el Senado de EE. UU. por unos minutos. Volvieron a preguntarme cómo estaba el ambiente en Washington y les contesté que militares empezaban a desplegarse por la ciudad que había un ambiente de descontrol, desubique, ansiedad, temor, tensión, desazón y una resaca política de la que todavía no se recupera el país
La versión original de esta crónica se tradujo al portugués y se publicó en la edición de febrero de la revista Piaui en Brasil. Link al artículo original.