El pasado mes se llevó a cabo la Conferencia Mundial sobre Desarrollo de Ciudades, la cual contó con la participación de cerca de siete mil personas de todo el mundo. La cita orbital fue prolífica en temas de la mayor relevancia para el futuro de nuestras realidades locales: innovación democrática, transformación social, inclusión, desarrollo económico local, sostenibilidad, entre muchos otros, fueron los asuntos discutidos.

Desde diversos ángulos, el maltratado calificativo de lo social fue enriquecido con múltiples iniciativas y matices según las condiciones locales de ciudades tan diversas como Kerala, Roma o Porto Alegre.

Pero el entusiasmo mundial que despierta la riqueza de los temas sociales, contrasta con el karma colombiano de girar en torno a los temas del conflicto. Basta con ver los principales hechos noticiosos, escuchar las opiniones de los expertos y conocer las agendas de los gobernantes para identificar un común denominador: nuestra prioridad se desplaza por el sendero que va de la guerra a la paz sin lugar a extravíos.

Mientras el mundo piensa lo social alrededor de propósitos comunes como los Objetivos de Desarrollo del Milenio o las propuestas emanadas de la planeación participativa, nuestro derrotero de política pública se encuentra delimitado por las restricciones que violentos y pacifistas imponen en la deliberación pública.

Es preciso «desmovilizar» el debate público con el fin de tomar las vías que conduzcan a la deliberación de los demás temas que la ciudadanía reclama a diario tales como la pobreza, la desigualdad, el desempleo, todos ellos tan importantes como la paz, en la siempre inconclusa tarea del desarrollo.