En medio de los entusiasmos, dudas y debates que despiertan las agendas periodísticas, también es conveniente recordar que nuestros temas centrales no se pueden ocultar tras la avalancha de titulares mediáticos. Los medios de comunicación ofrecen la mejor tribuna para alimentar el debate público pero también pueden conducirnos por los caminos de la inmediatez y la trivialidad. Es preciso recordar que las novedades cotidianas tienen un telón de fondo caracterizado por circunstancias inaceptables derivadas de la violencia, la pobreza y la desigualdad.

 

«Nos acostumbramos a levantarnos cada día como si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la violencia como algo infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje habitual de pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad» aseguraba el entonces cardenal Bergoglio señalando el peligro de una suerte de cultura del acostumbramiento ante la cual nos urge reaccionar.

 

No podemos olvidar que la calidad de vida de la mayoría de colombianos sufre las consecuencias de las decisiones económicas y políticas que todos aprobamos con nuestra indiferencia y adormecimiento. El verdadero problema reside en el olvido al que sometemos a esa mayoría de colombianos que están detrás de las cifras de violencia, desempleo, pobreza o desigualdad. La exposición de indicadores como mera demoscopia, nos puede alejar de la experiencia que padece un obrero que pierde su empleo, un trabajador informal que al final del día obtiene tres mil pesos de ganancias o un adulto mayor cuyos ingresos mensuales son veinte mil pesos que le regala una hija; a menudo, los debates alrededor de las cifras olvidan que cada punto porcentual representa a miles de personas y, por tanto, ocultan el drama humano de la vida social objeto de la medición.

 

El acostumbramiento a la desigualdad y el lenguaje frío de los datos impiden la capacidad de asombro que exige nuestra realidad, asombro como inspiración para emprender obras con altas miras y no meras actividades esporádicas rayanas con el asistencialismo. Es evidente que muchos escenarios de decisión en nuestro país, antes de acometer sus intervenciones invasivas y centralistas, necesitan involucrarse más de cerca con las condiciones de vida de las personas y comunidades que pretenden mejorar.