Estas elecciones presidenciales tienen un ingrediente atípico: por primera vez un candidato abandona grandes enunciados (justicia, prosperidad) o promesas populistas (trabajo, tierra), para interpelar a cada ciudadano en su intimidad. Vida sagrada (no matar) y dinero sagrado (no robar) son dos invitaciones contundentes que para quien las entiende bien, implican un verdadero compromiso personal.

 


 


Es común que en el ejercicio de la ciudadanía se olvida el deber – derecho de construir vida social y por tanto tiene lugar el sufragio desinformado y facilista. Por eso, cuando un candidato no pide simplemente el voto sino que invita a iniciar procesos desde el cambio decidido de la conducta personal, el electorado se desconcierta, muchos asienten en primera instancia pero cuando descubren la magnitud de la exigencia de esos no robar y no matar, retroceden y prefieren volver a lo fácil, a lo viejo, a lo estéril.


 


El país de la legalidad sienta sus bases sobre la confianza que brinda la estabilidad de las instituciones entendidas como reglas de jueg0 que dan forma a la interacción humana. Es preciso recordar que dicha confianza deviene tanto de las instituciones formales (Constitución, leyes) como de las instituciones informales (tradiciones, costumbres) y en ese marco son las personas quienes explican los resultados de los procesos sociales reconociendo o no la Ley y actuando en consecuencia.


 


Como ciudadanos podemos seguir plegados a la búsqueda de prosperidad haciendo uso del atajismo y la picardía pero hay una oportunidad a la vista, exigente porque el compromiso no termina sino que comienza el día de elecciones y diferente porque además de invocar la voluntad popular se invoca la voluntad personal. Podemos dejarla pasar y votar como siempre desde el miedo y la comodidad, pero también podemos asumir el reto en primera persona y votar desde la convicción y el compromiso para encaminar el país hacia auténticos y promisorios cambios institucionales.