Dicen que somos egoístas por naturaleza; desde niños nos enseñan a ser egoístas, por ejemplo en un partido de fútbol entre niños, el objetivo es lograr hacer un gol antes que trabajar en equipo; si yo creo una empresa es porque estoy pensando en mi propio bienestar… Estos son los argumentos que expresa, con total naturalidad, un conjunto amplio de estudiantes universitarios frente a preguntas que indagan por sus motivaciones: ¿qué nos hace levantarnos cada día?, ¿qué nos inspiró a escoger una carrera?, ¿qué nos mueve a soñar en el futuro?
A mi juicio, las respuestas ilustran un modo de vida predominante que ha sido, y sigue siendo, inducido desde la familia y la institución educativa. En momentos de aires reformistas en la educación nacional, conviene reflexionar frente a este desafiante panorama. ¿Para qué sirve la educación? Se preguntaba Humberto Maturana en el Chile de los ochentas y su respuesta fue otra pregunta: ¿tenemos un proyecto de país en el cual están inmersas nuestras reflexiones sobre educación? Su conclusión fue, hoy día pertinente para el caso colombiano, tal vez nuestra gran tragedia actual es que no tenemos un proyecto de país.
Egoísmo y ausencia de norte común constituyen un binomio peligroso que deja estéril el proceso educativo. La construcción de ciudadanía puede ser una de las llaves para posibilitar su fecundidad: promover la confianza, la asociatividad y el espíritu cívico (capital social en términos de Putnam) es un objetivo que permite hacerle frente al egoísmo rampante y además crea las bases sólidas de pensar la comunidad no como algo en abstracto sino como un espacio en construcción en el que las personas pueden ser protagonistas que, como dice Amartya Sen, logran actuar y provocar cambios.
En este sentido, es importante recordar que la libertad es un bien que se consume y es también aceptación: cuando se elige -una carrera profesional, una empresa donde trabajar, una mujer como esposa- se renuncia -a las demás carreras, empresas y mujeres-; por eso, nuestras decisiones libres escapan al reducido lente del egoísmo, pues la solidaridad, la gratuidad, la confianza, el diálogo son criterios que ensanchan el campo de lo posible y brindan sentido y contenido a nuestras acciones. Podemos escuchar que el interés propio es suficiente para vivir, pero nuestro camino biográfico es mucho más que eso y la vida en comunidad siempre está a la espera de aquellos que se atreven a cuestionar el mensaje individualista que invade nuestra vida cotidiana.