Por: Sergio Andrés Tobón, Grupo de estudios en desarrollo y políticas públicas.
La comprensión de la globalización, según Amartya Sen, debe ser vista más allá del mundo económico. Debe verse como un fenómeno amplio, con muchas dimensiones e implicaciones para todos los que de una u otra forma, tienen que ver con las tendencias globales. Sin lugar a dudas, la globalización no es fenómeno eminentemente occidental, debido a que han existido corrientes mundiales que se han impulsado desde el Lejano Oriente, de Asia, de India, y de otros lugares del mundo. Dichos impulsos, fueron intentos locales para transformar al mundo. La globalización, comprendida como un fenómeno amplio según Sen, tiene un punto central: el mercado y las relaciones económicas, no sólo las comerciales y empresariales, sino también las conexiones entre los pueblos, entre las instituciones y entre las personas, que van determinando una historia, una huella, dentro de cada país y territorio.
La globalización, desde una dimensión económica, rescata la importancia del mercado como determinante de las relaciones económicas de una sociedad, en donde se rescata la relevancia de las instituciones y de los acuerdos sociales, como determinantes del deber ser de las relaciones sociedad-economía global. Sin embargo, existe como telón de fondo un fenómeno más desafiante que la globalización misma, que es la injusticia social y la pobreza. Estos retos, en muchas ocasiones son analizados como resultados de la globalización económica; sin embargo, en palabras del nobel indio, la pobreza y la miseria global no obedecen al fenómeno global, sino más bien a la incapacidad de los arreglos institucionales para responder a los deseos y necesidades de la población más vulnerable.
A partir de lo anterior, es que surge una pregunta central sobre ¿qué se puede hacer para frenar la desigualdad y la pobreza mundial? La respuesta de Sen es simple: no es acabar con las tendencias económicas globales, sino complementar la globalización con políticas públicas y acuerdos institucionales locales, que permitan hacer frente al hecho de que los pobres no se beneficien de los réditos de las relaciones económicas globales. En este punto, es donde se rescata la fortaleza de lo local frente a lo global: no se trata de que las condiciones locales se subordinen a las condiciones globales; antes al contrario, que lo local se apropie de lo global, y que pueda asumirlo con una postura responsable y comprometida, desde políticas públicas e instituciones fuertes, que den cuenta de las potencialidades y fortalezas del territorio. Que desde lo local, se permita el intercambio de conocimiento, que se promueva una apertura intelectual, de cara al enriquecimiento de la identidad.
Ahora bien, ¿dónde queda la voz de los que no tienen voz? Es posible argumentar tres cosas diferentes: la primera, es que la voz de los débiles es una comprensión de lo global por los problemas locales, es decir, el sentimiento de responsabilidad de los actores globales. Lo segundo, es que la voz es la ética de la globalización frente a la pobreza y la miseria, es decir, la simpatía que se genera por los otros cuando éstos no tienen posibilidad de manifestarse. Lo tercero, es la voz como argumento frente a los efectos nocivos de la globalización. Independientemente de cuál sea la postura que se asuma, debe entenderse que como ciudadanos locales (y globales) tenemos el deber de hacer propias las necesidades de los débiles y excluidos, de manera que se discutan nuevos acuerdos sociales e institucionales, bajo los cuales los que no tienen voz, puedan hacer suyos los beneficios económicos locales y globales.
———
* Comentario basado en: Sen, Amartya (2007). “Identidad y violencia”.