La encíclica social Caritas in veritate toma su nombre de la propuesta sugerida por Pablo VI cuando señaló la necesidad de estar al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Esta visión sostiene que la caridad promueve el desarrollo humano integral en tanto que sin la búsqueda de la verdad, el progreso humano se queda sin aliento. Por esto, en la Caritas se asegura que “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas, así como no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Paso seguido, se cuestiona la propensión a confiar en exceso en las instituciones creadas para garantizar el cumplimiento de objetivos de desarrollo.

Las escuelas del nuevo institucionalismo por ejemplo, explican la creación, sostenibilidad y transformación de los diseños institucionales en función de su servicio a la eficiencia del mercado, a la legitimidad de las convenciones sociales o a la evolución que definen algunos eventos históricos. Tales enfoques se traducen en debates públicos que centran su interés en las formas institucionales antes que en sus protagonistas: las personas.

Las instituciones importan, pero más importante aún son sus cambios y son las personas las protagonistas de esas innovaciones. Las instituciones pueden entenderse como las reglas de juego que condicionan y limitan las actividades humanas pero también deben entenderse como instrumentos que facilitan la tarea de ensanchar el marco de lo posible.

Más acá de las instituciones, están la vocación y responsabilidad de cada persona para contribuir en la tarea del desarrollo humano integral. Es ahí donde la caridad y la verdad se materializan en fraternidad universal. Por tanto, al pensar la problemática del desarrollo en nuestro entorno, en lugar de delegar en instituciones nuestra responsabilidad (o complicidad) o en culpar a los más necesitados de sus males, es conveniente asumir con convicción este mensaje Pontificio de tal forma que nos permita preocuparnos por el otro y ocuparnos del otro.