Las tendencias globales y sus consecuencias no son inevitables pues las realidades locales tienen la capacidad de hacer ajustes; no se trata de negar la incidencia del liderazgo global pero la realidad local tiene mucho que decir.

La pretensión de ubicar hilos de poder en latitudes distantes en geografía y en jerarquía, es una posición cómoda que obedece a suspicacia y delirios que al final desencadena en inacción porque profundiza en diagnósticos atiborrados de críticas y juicios con escasas o nulas propuestas; cuando la decisión que me afecta se toma en Washington o quién sabe en qué lugar secreto, la alternativa es actuar bajo el aforismo popular que reza “apague y vámonos”.

Desde diversas orillas de la ingenuidad, se suele creer que los poderes olvidados por el escándalo mediático no inciden en el diálogo público, no obstante el juego bajo la mesa colectiva señala derroteros o fija límites tanto a tendencias globales como a la legitimidad local.

Las decisiones colectivas están condicionadas por poderes de diversa índole: político, económico, mediático, ciudadano, ilegal, entre otras. Según el contexto territorial y de acuerdo con las dinámicas propias para abordar las nociones de conflicto y cooperación, alguno de los poderes termina por subordinar a los demás. Nuestro entorno cercano muestra evidencias de la sumisión de la decisión pública ante poderes ilegítimos investidos de una autoridad emanada de amenazas y armas empuñadas, en muchas ocasiones, con la complicidad de la pasividad política, económica, mediática y ciudadana.

Así como la ilegalidad pone condiciones, el poder ciudadano fundado en la participación, el diálogo y la solidaridad puede llegar a fijar las políticas públicas coherentes con la prioridad política definida en forma democrática; el poder ciudadano así descrito puede dejar de ser el poder subordinado para liderar las decisiones colectivas.

En contraposición a las decisiones orientadas por la búsqueda de un terreno de juego más amplio para el dinero –ya sea bajo el rigor de la ley del más fuerte o con promesas de redistribución-, creo en la capacidad ciudadana para decidir y en el poder político para diseñar las instituciones locales que permitan a la sociedad elegir sus fines. Es una apuesta que encuentra a su paso descalificación o deseos de manipulación, pero es la alternativa que resiste un proceso de elaboración realmente social encaminado a garantizar la deliberación popular continua acerca de los asuntos que afectan directamente nuestras vidas.