Por estos días que tanto se escucha hablar de prosperidad, tanto desde los acuerdos del gobierno nacional como desde los manidos deseos de año nuevo, es necesario pensar en las nociones de progreso y paz como pilares esenciales de las decisiones tanto en el ámbito político como en el terreno personal.
En el libro intitulado Luz del mundo, Benedicto XVI señala que la noción de progreso fundada en conocimiento y poder crea nuevas posibilidades para la humanidad pero también abre la puerta a su propia destrucción debido a la ausencia de la pregunta esencial por el bien. Ante ello hace falta una reflexión auténtica respecto a interrogantes fundamentales como “¿Qué es realmente el progreso? ¿Es progreso si puedo destruir? ¿Es progreso si puedo hacer, seleccionar y eliminar seres humanos por mí mismo? ¿Cómo puede lograrse un dominio ético y humano del progreso?” (2010:57). En consecuencia, no es progreso un logro material en detrimento de la felicidad auténtica, tampoco lo es un avance científico que no respete la vida ni una decisión política o jurídica en menoscabo de la dignidad de la persona humana.
Por otra parte, en su mensaje para la Jornada Mundial por la Paz 2011, el actual Papa ofrece esta definición: “la paz… no es la simple ausencia de la guerra, ni el mero fruto del predominio militar o económico, ni mucho menos de astucias engañosas o de hábiles manipulaciones. La paz, por el contrario, es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente” (15). De allí que no solo busquemos la paz mediante acuerdos con actores violentos sino también desde la actitud personal nueva, que se irradie en el hogar, el estudio, el trabajo y en nuestro quehacer ciudadano.
Por tanto, surge la necesidad de preguntarnos qué finalidad, en términos de progreso y paz auténticos, le podemos definir a la prosperidad deseada para el 2011 y los años venideros y qué compromisos debemos asumir en consecuencia.