El inicio del nuevo periodo lectivo trae consigo nuevos propósitos para la apasionante labor de conservar, reproducir y ampliar conocimientos. La universidad colombiana en particular exige renovaciones que le permitan cumplir a cabalidad propósitos misionales como formación de líderes idóneos, reflexión científica e interacción con la realidad circundante, en resumen, la academia colombiana tiene que velar por su función social.

 

En el libro Pensar la universidad publicado por el Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, Antanas Mockus le otorga un alto valor a la contribución de la universidad a la formación ciudadana pues allí se obtiene la base intelectual y emocional para lograr la coordinación de dos facetas esenciales de la ciudadanía: tener derechos y aceptar deberes.

 

En esta empresa formativa, es necesario apostar por la capacidad de discernir. La comunidad académica ha sido invadida por múltiples fuentes de información de tal manera que la universidad está en la obligación de formar los criterios para saber elegir y para reconocer el contexto en el que vivimos.

 

Por supuesto, una buena enseñanza comienza por el dominio especializado de un campo del saber. Todo currículo cuenta con un núcleo profesionalizante en el que converge el conjunto de asignaturas encaminadas a formar las habilidades y competencias técnicas del universitario; no obstante, antes de poner en práctica la destreza adquirida, es necesario conocer la realidad con sus múltiples aristas.

 

Por ejemplo, muchas de las denominadas materias “costura” o “relleno” cumplen un papel fundamental en esa formación profesional contextualizada. La formación ciudadana del profesional pasa por las humanidades, el pensamiento económico, la teoría y práctica de la ciencia política. Lamentablemente en muchas ocasiones, este tipo de materias no reciben la atención que merecen y la responsabilidad de tal desprestigio recae por igual en estudiantes, profesores y allegados al proceso formativo. Parece que la primacía de criterios como la rentabilidad financiera, la optimización de procesos o la modernización administrativa pudiesen ponerse en práctica de espaldas a fenómenos sociales de pobreza, desigualdad y violencia.

 

En breve, el debate acerca de la tarea social que la universidad debe cumplir no se reduce a la academia: los actores del sector productivo y la vida política son también protagonistas de la pertinencia del quehacer universitario. En tiempos de reformas educativas, son necesarias las manifestaciones de estudiantes y docentes pero la contribución de empresarios, banqueros, políticos y medios de comunicación es igual de importante para lograr poner el conocimiento al servicio del bien común.