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Bioeconomía, agricultura y la cuarta revolución industrial
¿Tienen algo en común un bioinsumo agrícola, un sistema de posicionamiento global (GPS), un aceite de palma sin palma, un robot para manejar una granja agrícola, una abeja inteligente, un dron, una hamburguesa sin vaca y un celular de última generación? La primera impresión sería que no, pero hay algo que los une y potencia, veamos de qué se trata.
Dentro de las rutas actuales de aplicación de bioeconomía para América Latina y el Caribe se reconoce a la ‘ecointensificación para la agricultura’, considerada como una nueva agricultura que, basada en el enfoque de la bioeconomía, integra varias disciplinas científicas como biotecnología, ecología, ecofisiología, genómica, nutrición, tecnologías de la información y las telecomunicaciones y las tecnologías geoespaciales, en busca de un equilibrio entre los niveles adecuados y óptimos de producción y productividad de la agricultura y la reducción o minimización de su impacto ambiental.
Vale la pena destacar que esta no es la única aplicación de la bioeconomía en el sector agrícola, pues una explicación más detallada de los conceptos fue descrita por el programa ‘Hacia una Bioeconomía Basada en el Conocimiento en América Latina en asocio con Europa’ (ALCUE KBBE), del séptimo programa marco de la Comisión Europea FP7, así como por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en sus divisiones de desarrollo productivo y empresarial, desarrollo sostenible y asentamientos humanos y la actual de recursos naturales y desarrollo.
Dentro de la ecointensificación se encuentran, entre otras, las estrategias de siembra directa, labranza mínima, manejo integrado de plagas (MIP), manejo de nutrientes, agricultura de precisión (con o sin drones, tecnologías geoespaciales, inteligencia artificial), la producción de bioinsumos (como bioestimulantes, biorreguladores y biofertilizantes), puestas en marcha de manera individual o combinada.
El mercado de algunas de estas tecnologías a nivel global y regional es creciente, muy dinámico y de rápida adopción. Por ejemplo, el de los bioestimulantes se valoró en US$1.500 millones para el año 2015, para este llegará a los US$2.600 millones, mientras que se proyecta una cifra de US$4.900 millones para el año 2025, con una tasa de crecimiento anual estimada de 11,24 % para el período 2019-2025.
En este segmento los agricultores buscan productos basados en alianzas microbianas y biofertilizantes para extender su uso a cultivos comerciales como maíz, colza, soya y girasol; el segmento de reguladores de crecimiento vegetal alcanzó en el 2010 un volumen de mercado de US$1.000 millones, con una tasa de crecimiento anual del 9 por ciento. En 2017 alcanzó los US$2.110 millones y para el 2022 se proyecta que alcance los US$2.930 millones, con una tasa de crecimiento anual de 6,8 por ciento para el período 2017-2022.
En la ecointensificación en países como México y Colombia, las universidades e institutos de investigación públicos están comenzando a responder al reto de la bioeconomía y cuentan ya con propuestas de mercado muy valiosas.
En México, la empresa Agro & Biotecnia fabrica el biofungicida Fungifree ab, de amplio espectro, basado en las esporas del Bacillus subtilis 83 para reducir la aplicación de plaguicidas químicos, lograr un manejo alternativo de plagas y obtener frutos de calidad.
El producto fue desarrollado con las tecnologías del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Centro para la Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD, de Culiacán) y le valió el premio ‘Innovadores de las Américas 2014’.
También en México, la empresa Biofábrica Siglo XXI produce biofertilizantes formulados con Rhizobium etli, con Azospirillum brasilense y con la micorriza Glomus intraradices y compostas biológicas con base en vinaza y cachaza (la empresa proviene de una iniciativa empresarial (spin off) de la UNAM).
En Colombia la Universidad Javeriana y AgroSavia tienen desarrollos propios con propuestas concretas de mercado. La Facultad de Ciencias de la Javeriana, por ejemplo, desarrolló dos bioinoculantes microbianos: Promofort, que promueve el crecimiento de las plantas y otro (en desarrollo) para acelerar la transformación de residuos sólidos orgánicos en los procesos de compostaje. El primero cuenta con una patente otorgada en los Estados Unidos y otra en Colombia.
Por su parte Corpoica/Agrosavia desarrolló productos como: Rhizobiol, un Inoculante líquido a base de bacterias simbióticas fijadoras de nitrógeno específicas para el cultivo de soya; Baculovirus, un bioplaguicida en polvo a base de granulovirus de Phthorimaea opercullela para el control de la polilla guatemalteca (Tecia solanivora) en tubérculos almacenados de papa; y Monibac, un biofertilizante liquido con base en bacterias de Azotobacter chroococum que reduce hasta en 50 por ciento las necesidades de fertilización nitrogenada de síntesis química en el cultivo de algodón.
Ahora bien, es clave mencionar que, si bien estos desarrollos son necesarios y útiles y demuestran que América Latina y Colombia está comenzando a abrir la puerta al apasionante mundo de la bieconomía, los mismos no pueden considerarse como suficientes, sino que su uso y aplicación puede ser potenciados y acompañados por las tecnologías provenientes de la cuarta revolución industrial.
Klaus Schwab, fundador y Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), en su libro ‘La Cuarta Revolución Industrial’ menciona que esta es una convergencia de tecnologías biológicas, físicas y digitales que modifican radicalmente la forma en que vivimos, nos transformamos y relacionamos en una escala, alcance y complejidad diferente a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes.
La agricultura del futuro es un ejemplo vivo de esta interacción donde convivirán la ecointensificación, los bioinsumos y los bioestimulantes anteriormente mencionados, con la agricultura de precisión, la inteligencia artificial, la robótica, el monitoreo por drones, el análisis de imágenes satelitales y los análisis predictivos.
Si revisamos los números y los actores de este nuevo escenario de convergencia nos daremos cuenta del tamaño del cambio estructural que la agricultura está enfrentando con la bioeconomía y la cuarta revolución industrial.
Por ejemplo, el valor global del mercado de la agricultura de precisión se calculó en US$5.090 millones para el año 2018 y se proyecta que alcance los US$ 9.530 millones para el 2023, con una tasa de crecimiento anual de 13,38 por ciento entre el 2018 y el 2023. (https://www.marketsandmarkets.com/).
Dicho mercado incluye los sistemas guiados; VRT (aplicación variable de insumos); sensores remotos; crop scuting (establecimiento de presión de plagas y rendimiento de cultivos); mapeos de campo; hardware; sensores; GPS (sistemas globales de posicionamiento); GNSS (sistemas globales de navegación por satélite); monitores de productividad; software como (DDS) sistema de soporte de decisiones; y servicios geográficos, entre otros.
En una próxima entrega relacionaré el trabajo de varias empresas que están enfrentando con éxito esta convergencia y lo que nos espera en bioeconomía.
Las cifras anotadas fueron reportadas por https://www.marketsandmarkets.com