En la pasada entrega comentaba las cifras que reporta el mundo de la bioeconomía y las expectativas de crecimiento de un negocio tecnológico en vertiginoso ascenso. También, algunos desarrollos muy locales de la Universidad Javeriana y del otrora Corpoíca (hoy Agrosavia).
Así que, siguiendo la revisión de lo que se ha hecho en el tema, veamos otras cinco empresas que se han destacado:
Agrosmart (https://agrosmart.com.br) de Brasil, con una plataforma de monitoreo agrícola digital y sensores capaces de medir variables ambientales que alimentan una base de datos cotejada frente a imágenes satelitales para visualizar puntos críticos de control en el campo. Con esto se buscan ahorros de hasta 60% en el uso de agua y de 40% de energía, además de incrementos en los rendimientos, como mínimo, del 20%.
Kilimo es una empresa argentina (http://www.kilimo.com.ar/) que mediante un algoritmo desarrollado por sus gestores da recomendaciones para la optimización de los sistemas de riego en agricultura extensiva. Para esto se vale de información de varios satélites climáticos y datos de campo para alimentar un motor de ‘Big data’, que arroja las recomendaciones para el riego óptimo que requiere un cultivo, mejorando así los rendimientos hasta en 30 % y la eficiencia en el uso del agua hasta en 70 %.
Eiwa. Es una compañía española que presta servicios de toma y procesamiento de imágenes, combinándolas con el uso de drones y visión computarizada para modelar el comportamiento de diversos cultivos, con enfoque especial en programas de mejoramiento genético.
Beeflow (http://www.beeflow.co/) es una empresa argentina que provee servicios de polinización tras haber desarrollado abejas ‘fuertes e inteligentes’, basado en el aprendizaje y memoria de estas y en el análisis de sus patrones de vuelo. Bee Flow fue apoyada por la incubadora Indie Bio (https://indiebio.co/), también por Grid Exponential (una ‘company builder’ de empresas que apoya la generación de startups (empresas nacientes de base científica tecnológica), así como por las organizaciones CREA y Conicet, de Argentina.
Ahora, revisemos las cifras de la Inteligencia artificial (IA). En el 2016 este mercado estuvo valorado en US$432,2 millones y se espera que alcance un valor de US$2.628 millones en el 2025, con una tasa de crecimiento anual del 22,5 por ciento para el periodo 2017-2025. En el sector agrícola este mercado incluye análisis predictivos, visión computarizada, analítica de la información recolectada por drones, robots agrícolas, machine learning (inteligencia artificial que crea sistemas que aprenden automáticamente) y monitoreo de granjas. (https://www.marketsandmarkets.com/).
La agricultura del futuro tendrá entonces un enfoque de bioeconomía y se acompañará con herramientas de inteligencia artificial (Machine Learning), Big Data con herramientas de análisis predictivos, robótica con robots agrícolas y drones y Tecnologías Geoespaciales con GPS, mapeo y sensores remotos, scanning y sistemas de navegación.
Algunos ejemplos, para no ‘quedar en las nubes’
Hoy con sensores de IA pueden identificarse las malezas que están afectando un cultivo e identificar cuál es el herbicida óptimo para usar y en qué zonas debe aplicarse, logrando así un uso racional del plaguicida con los consiguientes beneficios ambientales.
Con herramientas de machine learning puede predecirse el efecto de varios patógenos sobre la sanidad vegetal e identificar mutaciones genéticas que pueden ser peligrosas para las plantas.
Por su parte, el BlockChain (base del funcionamiento de la moneda virtual Bitcoin) se usa hoy en la agroindustria pesquera para suministrar registros sobre las faenas, determinando dónde pescar y qué especies capturar.
En mayo del 2019, investigadores de la Universidad de Carolina del Norte dieron a conocer una prueba de concepto de un mecanismo que, mediante un sensor acoplado a un celular, es capaz de someter a prueba hojas de tomate infestadas con tizón tardío, toda una integración entre agricultura, bioquímica, sensores y tecnología de las comunicaciones
Mediante Big Data y usando modelos de machine learning también ya es posible realizar análisis predictivos para la investigación y el desarrollo agrícola y modelar los escenarios de mercado.
¿Qué nos espera?
Si la convergencia de estas tecnologías es retadora, la ‘cereza en el pastel’ viene de parte de las nuevas tecnologías que están impactando al sector agrícola, como la edición de genes, la biología sintética (ingeniería biológica) y el cultivo de células animales en biorreactores.
En la edición génica (sistema CRISPR/Cas9 una de las tecnologías más conocidas entre los biotecnólogos), el ADN es insertado, eliminado o reemplazado en el genoma de un organismo utilizando enzimas específicas llamadas nucleasas, lo que tiene múltiples aplicaciones (con menor costo y tiempo) en campos como la agricultura, la biotecnología industrial y la biomedicina.
Por ejemplo, editar el genoma de plantas, relacionado con tolerancias al estrés abiótico (sequía, frío, temperaturas extremas, deficiencia de nitrógeno) puede ser una alternativa para enfrentar los retos que el cambio climático representa para la agricultura actual; por su parte, la edición del genoma de la papa puede contribuir a buscar una reducción del contenido de acrilamida cuando la misma se somete a la cocción.
Con la biología sintética (considerada por algunos como la próxima generación de la bioeconomía) podemos rediseñar genéticamente y reconstruir organismos como bacterias, levaduras, virus y algas, con propiedades nuevas, distintas a las originales, capaces de responder a determinados estímulos de manera programada y confiable, con aplicaciones en la agricultura, la ingeniería y el medio ambiente.
Un ejemplo de las aplicaciones agrícolas de la biología sintética la hace la empresa belga Ecover (https://www.ecover.com/) que mediante edición génica usa algas con una secuencia de ADN cambiada para producir aceite crudo de palma de laboratorio que sustituye al proveniente de los cultivos.
El cultivo de células traerá consigo la posibilidad de cultivar células musculares de animales (vacas) en biorreactores de laboratorio, con el fin de obtener ‘carne de laboratorio’, como lo hacen hoy empresas como la holandesa MosaMeat https://www.mosameat.com/. En suma, podríamos comer una ‘hamburguesa sin vaca’ y de paso contribuiríamos al cuidado del medio ambiente.
La pregunta para nuestros países y gobernantes es: ¿en qué lado de la historia nos queremos situar y en qué parte de la amplia oferta tecnológica de la bioeconomía nos queremos posicionar para ser competitivos y sostenibles? ¿Nos quedamos solo en los bioproductos, avanzamos en la integración de éstos con las tecnologías de la cuarta revolución industrial o damos el salto de vanguardia, abrazamos la innovación y tomamos parte de las tecnologías de edición génica, el cultivo de células en biorreactores y la biología sintética?
¡La mesa está servida!