Hace unos días, durante el paro cafetero, me llamó mucho la atención la contraposición entre dos titulares de prensa que se publicaron el mismo fin de semana: “El proceso de paz entra en etapa de acuerdos” y “Gobierno suspende diálogos con cafeteros”.
Los cafeteros están padeciendo las inclemencias de la economía, de variables en su mayoría ajenas a su voluntad. Han sido históricamente trabajadores y pequeños empresarios honestos, tenaces y generadores de empleo directo. No solo han contribuido al fortalecimiento de nuestra economía, sino también al posicionamiento de la imagen de nuestro país en el exterior.
En cualquier lugar remoto del planeta se relaciona siempre a Colombia con dos productos: El mejor café del mundo y desafortunadamente también, la mejor cocaína. Nos relacionan también con dos nombres de gran recordación: Juan Valdez y Pablo Escobar. Procuremos que nos asocien con lo positivo, los cafeteros requieren apoyo.
Es imposible albergar la posibilidad de una verdadera paz en medio de tanta miseria, inequidad, desempleo y falta de oportunidades. No aplaudo las vías de hecho que se emplearon como mecanismo de presión. Pero es absurdo el contraste entre la dura posición que mostró el gobierno frente a los cafeteros y su laxa posición frente a la guerrilla. Apoyando a nuestros cafeteros, sector insignia de nuestro país, estamos apoyando directamente la paz.
La guerrilla no ha generado ningún beneficio para el país. Por el contrario, ha causado incalculables perdidas humanas, económicas y sociales durante mas de medio siglo. Mientras dialogan continuan atacando pueblos, secuestrando, cometiendo toda clase de crimenes y vejámenes. Pero aun así, el gobierno insiste en sufragar fastuosos esfuerzos en un utópico proceso de paz.
Todos los actos en la vida presentan una relación costo-beneficio. Valdría la pena que el gobierno nos rindiera un estado de cuentas preciso, sobre la totalidad del dinero que se ha invertido y está aun dispuesto a seguir invirtiendo en este incierto y polémico proceso de paz. No conozco la cifra, pero una sana lógica me hace pensar que esos recursos serían suficientes para contribuir en algo a mejorar las condiciones del sector cafetero, financiar varias escuelas, ofrecer millones de desayunos escolares, que calmarían temporalmente el hambre de muchos niños, o simplemente acabar de financiar importantes obras de infraestructura, que mejorarían la competitividad del país.
La población civil y el empresariado colombiano debemos actuar de manera mas contundente y cohesionada para hacer valer nuestros derechos como ciudadanos de bien, quienes lo único que deseamos, es una sociedad mas justa y un mejor país para nosotros y nuestros hijos.
Hermann Stangl
Valoración de Empresas y Marcas