La crisis financiera de Estados Unidos, es un fenómeno que no solo vive la mayor economía del mundo, ya que ha contagiado, casi de inmediato, a las economías desarrolladas (Zona Euro y Japón). Esto no significa, que las economías emergentes sean inmunes a los problemas internacionales, dado que si bien los vínculos no son directos, hay una serie de canales comerciales, políticos y económicos que han tendido a fortalecerse con el tiempo, y a través de los cuales podría darse el contagio.
Las economías de América Latina han presentado un fortalecimiento económico, generado por la fuerte demanda por sus materias primas. En la Gráfica 1 se observa que en el año 2007, solo las economías emergentes incrementaron su tasa de crecimiento a cerca de 8%, mientras que las economías avanzadas se empezaron a desacelerar a raíz del estallido de la burbuja hipotecaria.
Los pronósticos del Fondo Monetario Internacional para los próximos años, muestran una desaceleración mundial empujada por las economías avanzadas, más que por las economías emergentes, resaltando que si bien estas últimas van a mantener un crecimiento significativo, el PIB se va reducir levemente a causa de la crisis financiera global.
Sin embargo, no solo una mejor estructura económica ha suavizado el impacto de la crisis, sino que factores políticos y sociales han hecho que la perspectiva de los inversionistas extranjeros haya mejorado, hecho que sin duda es una de las grandes diferencias con respecto a las crisis anteriores. Este argumento se demuestra con la fuerte entrada de capitales a los países de América Latina, llegando a niveles representativos que no se observaban hace 6 años aproximadamente.
A pesar de que las cifras muestran una fortaleza por parte de las economías emergentes, todavía es inquietante saber ¿Cuál será el impacto de la crisis en América Latina?
Los países de América Latina, pueden sentir la crisis por tres lados: el comercial, el fiscal y el financiero.
El primer efecto está netamente ligado al intercambio de mercancías. Bien es sabido que el fuerte de América Latina es la producción de materias primas, siendo éstas necesarias para todos los sectores de la economía en general. Como ya vimos, las economías avanzadas se están desacelerando, lo que se traduce en una menor demanda de materias primas, que a su vez significa una reducción en las exportaciones. La cuestión es que una caída en las exportaciones implica una desaceleración en las economías, dado que por ejemplo, para el caso colombiano, las exportaciones representan un 20% del PIB.
Ahora, pensar que los altos precios de las materias primas pueden compensar esa menor demanda, es muy poco probable, ya que a medida que se vaya reduciendo la demanda por nuestras materias primas, los precios se empiezan a disminuir, y por ende los ingresos del sector real se van a ver contagiados por la crisis financiera global. Igual, en el transcurso de los últimos días, no es claro cual va a ser el impacto de la crisis sobre los precios de los commodities. Si prima la idea de que las economías se van a desacelerar en el futuro, uno esperaría una caída en los precios. Sin embargo, también puede registrarse una subida si el ahorro se desplaza de activos financieros a la adquisición de commodities o contratos de commodities. El efecto que prevalezca, aún está por verse. Por lo pronto solo se observa una alta volatilidad, lo cual en sí misma, tiende a desestimular los flujos comerciales.
En conclusión, el resultado de una menor demanda de materias primas y sobre todo una volatilidad en los precios de las mismas, es una ampliación de un déficit en la balanza comercial (Gráfica 3).
El efecto fiscal, se analiza por dos vías. Por un lado, los gobiernos van a tener un menor acceso al financiamiento exterior, que si bien la mayoría de los países latinoamericanos han generado superávits primarios, todavía necesitan recursos para financiar las deudas existentes. Este podría verse parcialmente compensado aumentando la demanda por créditos de la banca multilateral, los cuales, en este preciso instante, gozan de buenas tasas dado que están captando a tasas particularmente bajas. Por otro lado, una menor entrada de capitales (Gráfica 2) generada por la iliquidez mundial y la aversión al riesgo de muchos inversionistas que ya no tienen claro donde refugiarse, podrían generar una devaluación de las monedas. La devaluación puede ser una buena noticia para los exportadores, dado que podría compensar la caída de los precios, pero para la parte fiscal, la devaluación no es de las mejores noticias, dado que la deuda se incrementaría y esto podría causar ampliaciones en los déficits fiscales de las economías.
Por último, el aspecto financiero que preocupa a las economías emergentes está relacionado con un posible incremento en las tasas de interés y a su vez en un menor crédito, afectando en este caso al sector privado. Varios bancos han visto cerradas líneas de liquidez con instituciones financieras en EEUU. Igualmente podrán ver reducciones en giros internacionales de remesas. Cualquiera de estas cosas lleva a un encarecimiento de sus pasivos, lo cual, eventualmente llevará a que se encarezca el crédito.
En todo caso, la crisis financiera global tendrá tarde o temprano un impacto en las economías emergentes, porque si bien es cierto que el vínculo no es muy directo, las relaciones existen.
No sabemos en qué momento empezará el contagio, pero no estaría mal que los países de la región sigan fortaleciendo las estructuras económicas que han cimentado en los últimos seis años, para que el impacto sea de alguna más leve y así los Gobiernos no se confíen de la estructura económica que han logrado.