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Cuando no terminaban de cliquear las imágenes del príncipe Harry retozando desnudo en una habitación en Las Vegas, las fotos de la esposa de su hermano William publicadas en la revista Closer hicieron las delicias de los mirones digitales. Aunque la intimidad exhibida de los principitos tiene orígenes diferentes –-un amigo de parranda, en el caso de Harry, y un fotógrafo avieso que capturó a Kate Middleton con el torso desnudo en la real reserva de un barco–, ambos casos hacen parte de un fenómeno social que cambió el sentido de la vida privada.

 

La exhibición pública de nuestros actos más íntimos se catapultó en el teatro social por una serie atropellada de razones. La tecnología, la liberación femenina, la desinhibición de las parejas, el imperio del sexo y de los sentidos, la tiranía de la imagen, el exhibicionismo, la disputa desenfrenada de los medios de comunicación que a papaya puesta papaya partida y el derrumbamiento de la frontera entre nuestra vida privada y nuestra vida pública a través de las redes sociales.


Mientras el príncipe viringo y la esposa desvestida rodaban como íconos transitorios del voyerismo, otros imaginarios poblaban el ejemplo de la vida privada quebrantada. Una viceministra tica y una concejala española eran puestas contra la pared pública por saltarse el peaje entre lo privado y lo público. La primera grabó un vídeo para un amor aprovechado. Un mensaje ingenuo le costó el puesto y la lanzó como nudista, al terminar posando en cueros para la revista Interviú. Olvido Hormigos, la concejala, se grabó masturbándose y al complicado laberinto de su nombre tuvo que agregar la divulgación por las redes sociales de ese auto momento de íntima felicidad.


Pero a ellas les fue bien. Una mujer en Bucaramanga abrió su Facebook o alguna red social, y se encontró desnuda como se había tomado en un momento de pasión con un ex novio, haciendo parte de la diversión colectiva. El precio de esa venganza de un macho tonto fue el intento de suicidio de la muchacha develada.
Diariamente, en todos los rincones del mundo, y por la vía mágica de la tecnología, mujeres, hombres, parejas se graban solitarios o en la cópula, y lanzan al mundo sus privacidades más sagradas como un trofeo a otro gran cambio de nuestros días: la pérdida del anonimato por la vía que sea. Tenemos urgencia de ser vistos. No somos alguien si algo no nos registra, nos graba, nos hace visibles. Por ello y para ello robamos, fornicamos y publicamos, traicionamos, matamos, asumimos el amor mercenario, cometemos disparates.


“Es tanto el valor que se da a ser visto –-escribió Umberto Eco en un texto titulado ¿Acaso no tenemos vergüenza?–, y a convertirse en tema de conversación, que la gente está dispuesta a abandonar lo que antes era llamado ‘decencia’ (no digamos ya la protección de la propia privacidad)”.


Y no es que las cosas no pasaran antes. En el ámbito de las casas, de las mansiones y de las casuchas, la gente hacia el amor con una fiebre doméstica. Convertidos en resignación o en locura de Kamasutra, los esposos o los amantes no trascendían el ámbito de su encuentro. Nadie sabía de infelicidades o de éxtasis, y todos los registros eran parte de la memoria del cuerpo o de los recuerdos sentidos. Y había amantes. Y encuentros secretos o poligamias recatadas.


Hoy se sabe todo. Nada se ha vuelto más fácil y a la vez más imposible que la infidelidad. De ambas partes: de ellas y de ellos, aunque en el caso de ellas sean ellos los últimos en enterarse. Para los que se resisten a la grabación de sus momentos íntimos y no entregan al vaivén de la pasión el secreto de sus cuerpos, está la cámara de un celular que registra un encuentro furtivo y lo vuelve comidilla de red social en un santiamén.


Umberto Eco escribe que el énfasis en la reputación ha cedido su lugar a un énfasis en la notoriedad. Mínima, de barrio, local, nacional, mundial. No importa. Estamos dispuestos a hacer lo que sea. Y en esa apuesta, y por ese sifón, se van la vida privada, el respeto por nuestros cuerpos, el arcano de los momentos más íntimos. Para que lo que era tuyo y mío y nuestro esté en la boca y en los ojos de todos.

 

 

 

Escribí este texto para la Revista Femme, cuando estaban en boga los sucesos que relaciono. Lo replico para mis lectores en Portafolio.co, agobiado por las imágenes del video que Amanda Todd grabó, un mes antes de quitarse la vida http://www.youtube.com/watch?v=KRxfTyNa24A

En él denuncia silenciosa, mediante cartulinas inclementes, cómo fue llevada a esa decisión fatal por el agobio al que un internauta perverso la sometió, luego que ella le mostrara sus senos a través de internet. La persiguió hasta matarla, multiplicando el registro a través de las redes sociales y arruinando su vida pública y su reputación. Mucha gente está perdiendo el control sobre sus secretos, impulsada por divulgar sus asuntos íntimos a través de la red. Los casos se multiplican. Recomiendo la lectura de “Cuando los secretos más íntimos se publican en Facebook”, publicado en TheWallStreetJournalAméricas. http://online.wsj.com/article/SB10000872396390443854204578059163079682192.html?mod=WSJS_inicio_RightTopCarousel_1

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PERFIL
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Carlos Gustavo Álvarez G. nació en Bogotá en 1957. Es periodista, escritor, libretista de TV, asesor de comunicaciones y compositor. Se ha desempeñado como Director de Elenco, Editor Cultural y Editor Dominical de El Tiempo, Editor de revista Credencial y Subdirector de Cromos. Entre otros, escribió los libretos de la comedia "Don Camilo" y de la telenovela "Calamar", y con Bernardo Romero Pereiro (q.e.p.d.) creó al personaje "Guri Guri". Entre sus libros están: Bogotá de memoria, Paisas en Bogotá, La Vuelta a Bogotá en un poco más de 500 años, Angelita, Historia de una voluntad y En boca cerrada. Ha compuesto dos CD de canciones: "Son de Colombia" (2009) y "Tu amor" (2010) y "Palabras de amor", que circuló con "En boca cerrada". Ha sido columnista de Elenco, Lecturas Dominicales, El Tiempo, El Colombiano y en 2011 cumplirá siete años como columnista de Portafolio. Su página web es: www.carlosgustavoalvarez.net

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