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Las consecuencias

No se necesita mucha imaginación para entender que el eje central sobre el que gira el éxito de un sistema de salud edificado, como debe ser, en las necesidades del enfermo, descansa sobre dos condiciones fundamentales: la oportunidad y la calidad en el servicio. La oportunidad se relaciona con la posibilidad de atender al enfermo en el menor tiempo posible a partir del momento en el que él solicita el servicio y la calidad, en propiciar los mejores (no los más caros) recursos humanos y técnicos para identificar el problema de salud, sus causas y consecuencias, así como la elaboración de una estrategia o plan terapéutico apropiado y de reconocida eficacia. Cuando el paciente acude al médico, puede hacerlo en el momento en el que sus síntomas y hallazgos al examen clínico, no permiten definir una patología determinada; en estos casos, el médico debe observar al paciente, instruirlo acerca de los signos de alarma y permitirle regresar a consulta cuando la situación lo amerite u ordenar su hospitalización cuando las impresiones diagnósticas generadas permiten sospechar un curso potencialmente peligroso. Algunos estudios sugieren que en hasta  un 70% de los casos que se presentan en la consulta externa, un buen médico de Atención Primaria debe poder manejarlos y resolverlos apropiadamente y sin más, prescribir las medidas terapéuticas y de seguimiento apropiadas que incluyen el control posterior.

La pérdida de la calidad y la oportunidad generada por los vicios del sistema ya descritos en la primera parte, se manifiestan en cuatro síntomas o consecuencias derivadas de la desviación incuestionable de sus objetivos:

Pérdida de la libre escogencia de médico, golpe mortal propinado al sistema a pocos años de entrar en vigencia la ley 100. En un comienzo el régimen legal de salud preveía que el paciente conservara la capacidad de escoger su médico general, su médico de cabecera, a quien le correspondía la tarea de resolver los problemas básicos de salud de su paciente y en caso necesario, cuando la complejidad de la enfermedad lo ameritaba, buscar el concurso del especialista o especialistas necesarios para ofrecer al enfermo la mejor opción de tratamiento posible, sin ausentarse o desentenderse del caso. El médico general o médico a secas, no dejaba de estar presente y activo, su presencia disminuía la ansiedad y la incertidumbre del paciente y de su familia, eran los tiempos de las “juntas médicas”, del consuelo afectuoso de la explicación sencilla y directa de los problemas. Como están las cosas hoy en día no existe la posibilidad de que se construya una relación de confianza entre el paciente y el médico. Que el paciente escoja su médico entre un abanico de desconocidos no es la respuesta al problema. De esto hablaremos a fondo en una tercera entrega.

Como sustituto, el Estado ha reglamentado una “libre escogencia” ofreciendo al paciente la posibilidad de elegir su propia EPS, “privilegio” que muestra índices de satisfacción debajo del mínimo aceptable (de acuerdo al informe de 2011 sobre la evaluación  de los servicios de salud que brindan las EPS de la Defensoría del Pueblo, el índice de satisfacción de la escogencia de médico general ha venido descendiendo de 54,2% en 2003 a 35,96% en 2009). Algunas EPS han intentado regresar al concepto de médico de cabecera (con otros nombres, por supuesto) con resultados alentadores, pero que dadas las condiciones actuales de formación, contratación  y escenarios de la práctica de los médicos generales, dista mucho de ser el apropiado.

Oferta rígida de servicios, sustentada en estudios de costos con poca injerencia de la demanda real, política generalizada entre los prestadores de servicios de salud, causante de la respuesta bien conocida del “no hay agenda” y de interminables colas y largos periodos de espera que no solo vulneran los derechos humanos sino que se convierte de hecho en factor de aumento de las complicaciones derivadas de procesos clínicos no detectados atendidos de forma tardía, lo cual contribuye a su vez de manera importante en aumento de la demanda de atención a los servicios de urgencias que atiborrados de enfermos y heridos generan tiempos promedio de espera para  un paciente que no se encuentre clasificado como emergencia vital de 77 minutos frente a los 30 “técnicamente” aceptables. Ni que hablar de las seis, ocho y hasta doce horas adicionales que debe esperar el paciente para que le sea definida la conducta a seguir en su caso.

Privilegiar la atención especializadadesplazando el campo de acción del médico de Atención Primaria, que busca facturar al sistema los servicios de más alto costo. Desconocer la importancia que tienen los avances tecnológicos y su incidencia en la mejoría del pronóstico de muchas enfermedades y condiciones clínicas, es tan absurdo como pretender que los diagnósticos que pueden realizarse con certeza y seguridad junto a la cama del enfermo, utilizando un mínimo apropiado de recursos diagnósticos, deban ser confirmados por métodos costosos que prolongan la espera y solo dilatan la adopción de las medidas terapéuticas apropiadas. En los tiempos actuales no vemos un médico atendiendo un grupo de pacientes sino a un grupo de médicos revoloteando alrededor de un paciente desconcertado y aterrado que no puede reconocer en ninguno de ellos a su médico.

El cuarto síntoma cierra el círculo vicioso de los factores que interrelacionados entre sí afectan la eficiencia, la eficacia y en suma la operatividad o funcionamiento del sistema y no es otro que el de la desaparición de una buena parte de los hospitales universitarios, instituciones encargadas de mantener la tradición médica, formadores de médicos dotados de altísimas cualidades morales y científicas. Hoy en día la misma ley “privilegia la formación de especialistas” a costa de las oportunidades de adquirir conocimiento y destrezas por parte del médico en formación, que sale al “mercado” laboral en condiciones que muchas veces no le permiten afrontar de manera apropiada su papel en la comunidad y debe fundamentar su práctica en la remisión del paciente al especialista o afrontar la incertidumbre temerosa de una conducta tomada sin el respaldo académico apropiado.

Es claro, por fortuna, que aun existen focos de formación, programas encaminados a la solución de los problemas de los enfermos, instituciones universitarias que no han cedido ante la presión mercantilista, profesionales que a pesar de todo, a pesar de recibir salarios atrasados, de ser contratados bajo condiciones leoninas y perversas,  mantienen el amor por su profesión y el respeto por los enfermos, pero son cada vez menos, la situación es como  la del calentamiento global, todos la reconocen pero en un acto colectivo suicida, se prefiere el lucro personal o institucional a reconocer que algo hay que hacer, algo por la salud, pero ya, ahora mismo……

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