Los ciclos que tiene la vida, en el orden laboral, en ocasiones, parece que pasaran muy rápido. Más aun, cuando el disfrute de cada momento, unido al cumplimiento de las metas que nos hemos establecido, se han terminado y pareciera que el horizonte se estrecha.
Cuando aún se es joven se ensancha el espíritu y sentimos, algunas veces, que podemos hacer más, sin medir el nivel de la exigencia y lo que ella puede causar al cuerpo, al alma y a nuestra relación con los demás.
Llegamos a pensar que podemos alcanzar el sol con las manos y la ambición nos empuja hacia ambientes desconocidos que, en ocasiones, suelen ser peligrosos, porque no estanos preparados para afrontarlos o bien no podemos abarcar tanto como deseamos.
Como todo principio también tiene su final, llegó la hora de mi retiro del diario EL HERALDO
Una reunión con empresarios, promovida por Juan B. Fernández y Álvaro José Lloreda, en Barranquilla, para comunicar al empresariado costeño la creación de COMCEL, pionero en telefonía celular en la Costa Atlántica, sería la oportunidad de reencuentro con Álvaro José.
Después de departir con los posibles inversionistas y de determinar las estrategias publicitarias para promover a COMCEL por medio de El Heraldo y Tele Heraldo, acordamos, Álvaro José y yo, cenar para tocar algunos temas de común interés. Él me comentaba de los avances de la empresarialidad del Valle del Cauca y sus sueños, bastante ambiciosos, de separase de la relación societaria con sus hermanos, para aprovechar el interés de ellos de quedarse con el periódico El País. Lo que le brindaba la oportunidad de vender, a buen precio, su participación en el periódico, a cambio, en parte, de la participación que ellos tenían en la empresa más antigua del grupo Lloreda Caicedo, Productos de Hierro y Acero, S.A, y lograr algún dinero adicional con el que podía constituir la base para la creación de una corporación financiera que era un sueño que traía de tiempo atrás.
En ese orden de ideas, la propuesta que me hacía era la de encargarme de la gerencia general de la empresa metalúrgica, mientras él concentraba sus esfuerzos en la creación de la corporación financiera que tanto anhelaba.
Mi repuesta fue que me parecía muy aventurada la decisión que estaba tomando, pues yo no sabía nada de producción metal mecánica, en el sector del hierro y acero, pues mi experiencia, bastantes años atrás, cuando trabajé en Grival S.A., que si bien era metal mecánica, estaba en el sector de producción de griferías en broce y plástico para la organización Corona, un sector muy diferente a aquel en que se desempeñaba la empresa que se me ofrecía, que era del sector ferretero y de construcción, con productos como clavos, alambre de púas y cables de acero para la construcción y obras ingeniería civil en general.
Para mis adentros, también me dije: para empeorar las cosas, tampoco, Álvaro José, tiene experiencia en manejo de instituciones financieras.
Sin embargo, la charla continuaba orientada a invitarme a manejar grandes negocios, en un contexto nacional e internacional que, desde mis épocas de Carvajal, había dejado de manejar; lo que llamaba enormemente mi atención. También debía reconocer que Álvaro José me había marcado como empresario y me estimulaba mucho aceptar la invitación que me proponía, pues siempre me había sentido apreciado y valorado por él, de tal manera que estaba dispuesto a acompañarlo en sus empresas, más si era en Bogotá, fuera de Cali, donde el atentado que yo había sufrido, me impedía pensar en vivir allí.
El proyecto de transformación administrativa y tecnológica del El Heraldo ya se había logrado. Se contaba con una administración independiente de los propietarios y el negocio también se había modernizado, como anteriormente comenté en otra entrega de mi blog. Su imagen institucional hacia muy buena presencia en Barranquilla, pues habíamos comprado la casa que había sido de Los Mancini: un patrimonio arquitectónico de la ciudad. Situado en el barrio El Prado, lo que consolidaba el prestigio y la presencia del periódico en la ciudad.
Había que hacer maletas, sin apenas vislumbrar cómo el futuro me propondría muchas de las cosas que nunca me imaginé tener que enfrentar.
La ambición por hacer más de lo que había logrado, como era: una buena posición empresarial en medio de los periódicos de Colombia y un capital acumulado, después de muchos años de trabajo honesto, iban a ponerse en riesgo, por mi deseo de aumentar mi capital, estimulado por un personaje que había conocido en mis años de juventud y que, sin saberlo yo, se había transformado en un negociante inescrupuloso que, en medio de negocios ventajosos que planteaba, dejaba tirados en el camino, amigos y familiares quebrados, dentro de un estilo de relación de negocios donde su lema era y sigue siendo: yo gano y usted pierde.
Dejé mi capital en manos de ese personaje, esperando que con él creciera, aplicado a varios negocios que me propuso. Para poder dedicarme, completamente, a administrar la empresa que Álvaro José me había propuesto.
Mientras tanto, el trabajo, en mi nuevo cargo, me absorbía más del 100%, porque yo, a diferencia de cuando trabajé con Álvaro José, en el diario El País, no conté con su buena guía y tutela; el nuevo negocio financiero que estaba montando, no le daba tiempo suficiente para atender a su gerente, pues los retos que se había propuesto, en mala hora, con la corporación financiera, se lo impedían.
Todo esto lo trataré en próxima entrega.