Hola Salud:

Soy uno, entre la infinidad de lectores que, con mucha expectativa, siempre espera su columna.

Generalmente, no estoy de acuerdo con sus planteamientos, pero, no por ello, dejo de admirarla, por su valentía y la oportunidad que le brinda al país de debatir, con sus escritos y no con armas. Solamente así se construye democracia y, por ende, una sociedad más justa.

En alguna ocasión, la ira irracional que, a veces, revuelve nuestra conciencia, de manera desenfrenada, me hizo pensar: «si a esta señora no le gusta lo que pasa en Colombia ¿por qué no se larga a su país de origen y nos deja, a nosotros, los colombianos, resolviendo nuestros problemas?»

Quiero empezar por decirle que le pido perdón público por un pensamiento que nunca expresé, pero que refleja esa mala sangre de la que muchos colombianos estamos contaminados, que no nos deja disentir con tranquilidad y nos lleva a comportarnos como los animales más violentos que muchos de nuestros líderes hacen evidente.

Creo en la paz y creo que. para la lograrla, como propone la Iglesia Católica, hay que tomar la opción por los pobres.

Ellos son el resultado de nuestros errores históricos que han generado una cultura perversa de desprecio por el otro. Simplemente, porque es diferente. Porque no comparte nuestra manera de ver el mundo y las soluciones que pretendemos imponer para enfrentar los problemas.

Los pobres, son el resultado de nuestro más evidente desprecio por los derechos de los más vulnerables, por parte de una clase que se cree aristocrática, bien educada y muy justa, solamente por que tuvieron mejores oportunidades, o porque son más avispados que aquellos que no fueron capaces de acumular inmensos patrimonios: trampeando, tumbando y desplazando a quienes no pudieron, por falta de medios, defender sus tierras o sus dineros bien habidos, y quedaron desprotegidos por la ignorancia o las limitaciones que los asedia ante el poder de los poderosos, que los menosprecia y apabulla.

Mientras esto no se resuelva y unos pretendan imponer sus ideas a otros; o someterlos, con la violencia, este río de sangre que ha corrido desde la conquista y que heredamos de aquellos españoles que invadieron y masacraron nuestro pueblo, nunca podrá detenerse. (Gabriel García Márquez. «Por un País al Alcance de los Niños»)

Somos el resultado de muchas equivocaciones históricas que nos negamos a corregir. Entre ellas, el concepto de reparación, como parte integral de los procesos de justicia y, seguramente, más importante que la penalidad en sí misma. Porque la reparación incide directamente en la recuperación de lo bien habido por parte de aquel al que injustamente se le ha arrebatado. Es una nueva oportunidad de vida para quien lo ha perdido todo, por culpa de los bandidos que le han arrebatado: su dignidad, su patrimonio y su familia. ¿Qué importan los años de cárcel para esos bandidos, si ellos y la sociedad, representada en sus líderes, no están dispuestos a reparar los daños causados?

Es la historia del M 19 y de otros bandoleros que les han precedido. De los aristócratas que se han robado la tierra de los campesinos en la costa, en los llanos y en el centro del país. Inmensos territorios acumulados por vía del desplazamiento de las sociedades campesinas más vulnerables. Esos líderes que hoy se sientan en el congreso, en el Estado y en los gremios. Muchos de ellos, para defender sus intereses mal habidos y continuar saqueando las arcas que se les han entrega para su custodia.

Bien venida, Salud, a esta libertad limitada, pero expansible, que aún permite la controversia y el disenso, a pesar de los riesgos que, en este país, se presentan. Tenemos el mismo deseo de libertad, equidad y justicia que constituye el común denominador sobre el cual podemos construir una nueva patria.

Dios la proteja y bien venida la controversia