La paz. Capital  maravilloso para poder pasar una vida sana, en medio de tantos ajetreos, diversidad de retos y momentos difíciles a los que nos debemos enfrentar.

Una bendición muy grande que depende, exclusivamente, de nosotros; de nuestro ánimo de servicio, sin esperar nada a cambio; de nuestro espíritu solidario y, por tanto, de nuestra capacidad de amar.

La preocupación por el otro, que llamamos así, por ser diferente, no puede perder de vista que estamos ante nuestro hermano en Dios. Con nuestra misma naturaleza y esencia, pero, con manifestaciones de creencias y valores que, si bien difieren, en muchos casos, de los nuestros, no tienen por qué romper nuestra relación fraterna.

Simplemente, manifiestan su individualidad que es parte constitutiva de nuestro derecho inalienable, como individuos, a ser diferentes y a aportar, con tales diferencias, al crecimiento del bienestar continuo de nosotros mismos y de los demás.

¡Si!, como hermanos, conscientes de que somos distintos y, gracias a ello, podemos construir en sociedad y apoyarnos, unos a otros, para resolver, con nuestras fortalezas, las debilidades del otro, y viceversa. Esto, se constituye en parte integral de nuestra naturaleza humana y, por tanto, quien lo impide, atenta contra su esencia y pone en riesgo su salvación.

La razón de ser de nuestra relación social, se hace evidente, en el propósito firme, sincero y solidario, de amar al otro como así mismo; entendiendo que Dios está por encima de todas las cosas y que, nuestra vida, se orienta a Él, en medio de un camino que nos exige, para recorrerlo, una capacidad de amor que se manifiesta en el servicio, como lo muestra la vida de Jesús.

Él nos invita a perdonar; sin pensar en el tamaño de la ofensa y sin exigir el arrepentimiento de aquel que aún no se da cuenta, plenamente, de lo que ha hecho.

¡Cuánto más difícil se hace el camino en cuanto menos estemos dispuestos a perdonar!

¡Cuanto más riesgosa será esa falta de perdón que alimenta la venganza y el odio, que descarta al otro, que desconoce al hermano equivocado y nos invita a destruir, en lugar de construir!

Les pido perdón, si los turbo con esta reflexión que, viendo a Jesus en la cruz, me invita a gritar: ¡ya no más violencia! ¡Bajemos la armas! y tengamos el valor moral cristiano de abrazar, perdonar y pedir perdón.

¡Dios mío, perdonamos, porque no sabemos lo que hacemos!