Hacia más de 7 años que no visitaba Cartagena. La última vez nos hospedamos con María Clemencia en un hotel en Bocagrande con excelentes habitaciones, una hermosa piscina que conectaba directamente con la playa y ofrecía muy buena alimentación.

La visita a la ciudad antigua era obligatoria y aunque era visitante frecuente por temas de turismo y por mis diferentes actividades empresariales, no dejó de sorprenderme la forma como se venía recuperando ese patrimonio histórico de la humanidad que es La Heroica.

Algunos políticos, con la estupidez propia de esos personajes que abusan de su mal entendida creatividad, seguían atentando contra esta joya histórica, pretendiendo modernizarla con tocados parecidos a los que usan las mujeres que se niegan a envejecer, deformando su cara, de manera que pierden su identidad y, en su lucha contra el tiempo, arrasan con su dignidad, provocando el irrespeto de quienes se relacionan con ellas por haber perdido ese valor que se adquiere con el tiempo y la historia transcurrida, que les da la autoridad merecida para ser admiradas por su madurez y todo lo vivido.

Por esa época, ya empezaba a notarse la desgraciada invasión de turistas sexuales que, en alianza con algunas “agencias de turismo”, asediaban a niñas y niños humildes que, en medio de la extravagancia e indiferencia de los ricos, ciudadanos y turistas, tenían que vender sus cuerpos para satisfacer a depravados sexuales, nacionales colombianos y extranjeros, que, sin Dios ni ley, arrasan con una juventud pobre y sin medios que les permitan avanzar en una sociedad vergonzosamente excluyente.

El foco turístico aún seguía siendo Bocagrande.

Pero, la infraestructura hotelera y urbanística mostraba decadencia y un gran deterioro. La industria hotelera del sector y sus autoridades, como que no avizoraban el portento turístico y de desarrollo que se gestaba al norte de Crespo y que avanzaba, silenciosamente, amenazante para ellos.

Hoy en día, hemos vuelto a Cartagena con María Clemencia.

El monopolio político de una clase aristocrática decadente, responsable de buena parte de los desórdenes que han aquejado a la ciudad, ha perdido influencia, pero no deja de instigar al alcalde que la ha cambiado en todos los frentes de desarrollo social urbanístico y aún económico.

Resolvimos alojarnos en alguno de los hoteles del norte de la ciudad en la playa de Morros.

Nos hemos encontrado con una modernidad y una infraestructura vial y urbanística que puede competir con orgullo con las ciudades más desarrolladas de Latinoamérica. Los edificios, las casas, los hoteles, las modernas urbanizaciones, la amplia distribución de los espacios y una playa inmensa, espectacular y muy bien tenida, hacen de esta zona un verdadero placer visitarla. Su potencial de valorización, de crecimiento ambiental y logístico, es de clase mundial.

Hasta ahora, los depredadores sexuales y los los traficantes de droga no la han penetrado con sus tentáculos malignos. Los hoteles y edificios de la zona han entregado carpas a los vendedores de playa que las alquilan a los turistas a cambio de mantenerla limpia, en un esfuerzo empresarial y solidario que es ejemplar. Da gusto ver a los vendedores de playa con sus uniformes y sus carritos de venta, mantenidos de manera admirable y en condiciones de higiene muy buenas.

Los desarrollos urbanísticos, más al norte, compiten entre sí por la modernidad de su arquitectura y la calidad de su infraestructura.

Merece destacarse, de estos desarrollos, su equilibrio con el medio ambiente y la responsabilidad social de los inversionistas que compraron tierras para urbanizar a los habitantes originarios (campesinos afros muy pobres en su mayoría, dedicados a la pesca y a la fabricación de artesanías), a cambio de vivienda VIS digna que les ha permitido seguir arraigados a su tierra, sin ser desplazados, en medio de una armonía arquitectónica que fomenta la integración social, lo que les permiten compartir con dignidad en medio de las diferencias.

Pero, me sorprendió, aún más, volver a la ciudad antigua y ver las obras de restauración emprendidas. Sus calles limpias y los indigentes que pudimos observar ayudando al aseo, gracias a la política que la alcaldía ha implementado de premiar con un dinero lo que ellos lleven a los centros de acopio de basura. No es extraño ver ahora a estos indigentes cargando su bolsa de basura y recogiendo cuanto desperdicio hay en cualquier parte.

En Bocagrande las playas se han expandido y su nivel ha subido, gracias a unas mega obras de Ingenieria que evitan que el mar penetre las vías aledañas. Aún queda por resolver allí y Castillogrande la congestión de tráfico, por la estreches de las vías que no tiene cómo ampliarse.

Getsemaní y Manga:

La primera, con sus buenos restaurantes, almacenes de artesanía y exposiciones de arte folclórico, más un ambiente bohemio que se respira en todas las calles y casas antiguas que se encuentran muy bien tenidas, es un enclave cultural y gastronómico del Caribe que nadie se puede perder.

La segunda, con los edificios que se han construido y sus casas republicanas muy recuperadas, marca un contraste que, sin ser armónico, le da señorío a todas sus calles y avenidas donde la modernidad se mezcla con lo clásico, aceptándose mutuamente, en un contraste arquitectónico que le da un carácter particular y resulta agradable para quienes disfrutan de ese lugar.

Creo que los alcaldes de ciudades como Bogotá, en lugar de viaticar por EEUU y Europa, debería viajar por estas tierras y apreciar sus buenas prácticas de alianzas entre sector público y privado que, a pesar de nuestra complicada idiosincrasia, permiten avanzar y enmendar tantos errores cometidos por la ambición corrupta de unos y de otros.

Volveré, con más frecuencia, a este paraíso que bien vale la pena frecuentar.