Andamos, como gerentes, procurando buscar alternativas a los retos que nos imponen los mercados. Caracterizados por las exigencias, cada vez mayores, de nuestros clientes y la necesidad de expandir nuestras fronteras de acción, en búsquedas de nuevas oportunidades de negocios que permitan mejorar el resultado, generando mayores utilidades.
Todo ello, con el fin de mejorar los medios de la organización, para ser más efectivos, estimular el trabajo de los empleados y apalancar los requerimientos de innovación y desarrollo, de manera que se pueda retribuir, adecuadamente, a los accionistas, con la generación del dividendo que recompensa su inversión y el posicionamiento de marca que muestre la buena gestión de sus contratados.
Sin embargo, el sostenimiento de marca, está determinado, en buena parte, por el respeto a las reglas que el libre mercado impone para la protección de los consumidores y el respeto a los derechos de otros actores que permita su desempeño en un ambiente de libre competencia. Fundamento de la estructura del libre mercado que asegura el bienestar de los consumidores al brindarles la opción de escoger libremente, por calidad, precio y servicio.
Los «carteles» de productores que se alían para romper esta regla fundamental, atentan contra los más mínimos derechos de los consumidores y demuestran, una vez más, que la corrupción carcome las raíces la sociedad a todos los niveles.
Si se rompen estos principios básicos de lo que es una economía de libre mercado, se destruye el propósito de la misma. Que es buscar el desarrollo y mejoramiento de la comunidad toda por la vía de una oferta de servicios y productos muy variada.
Duele, profundamente, ver que organizaciones tan importantes, tiren al traste la imagen que, por el trabajo honrado de sus propietarios y anteriores administradores, durante tantos años, se había defendido y logrado.
Estas acciones irresponsables de
tales «carteles», como las que se han divulgado, son producto de nuevas generaciones de profesionales; técnicamente muy capacitados, pero con la formación ética de cualquier mafioso. Es así como destruyen el legado de marca institucional confiado, construido con tanto esfuerzo y empeño.
Parece increíble que organizaciones que nos enseñaron a «hacer las cosas bien» ahora, producto de sus nuevos administradores, vean arrancada de raíz la siembra de sus pioneros.
Aquellos que nos enseñaron a respetar a clientes y trabajadores, con principios de calidad total que se desarrollaron primero en Colombia que en Japón. Principios que sirvieron de ejemplo y estímulo a muchos empresarios colombianos y latinoamericanos.
¿Quién y cómo podrá recuperar tales empresas de semejante exabrupto?
Paz en la tumba de Jaime Carvajal Sinisterra.
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