Gracias a mi trabajo en la Organización Corona, tuve el privilegio de participar en la fundación del Colegio de Estudios de Administración, CESA.

Era yo un ingeniero civil, recién egresado, que empezaba su vida profesional en Compañía Colombiana de Cerámica S.A., cuando, por circunstancias propias de las casualidades que se dan en la vida, me encontré en la ceremonia de inauguración de lo que sería uno de los proyectos de formación de ejecutivos más importantes, realizado en el siglo pasado en Colombia. Allí, en medio de personalidades muy destacadas y sin ser invitado originalmente, por cosas del destino, estaba sentado yo en el sitio más oculto del lugar. En medio de mi juventud e inexperiencia, algo me indicaba que la ceremonia a la que asistía, era un evento trascendental e importante. Los personajes que entraban al salón eran personas destacadas del mundo empresarial y político en Colombia. Apenas distinguía, dentro de la variedad de ellos, a algunos directivos de la Organización Corona, con los que no tenia ninguna confianza.

La convocatoria, era liderada por don Hernán Echavarría Olózaga y un grupo de empresarios muy destacados que eran conscientes de la importancia del proyecto. Lo habían confiado, plenamente, a un joven ejecutivo que había logrado posicionar muy bien a INCOLDA, —un centro de formación intermedia para jóvenes ejecutivos que también patrocinaba Don Hernán—. Marco Fidel Rocha, fue la “punta de lanza” para la iniciación del CESA y asumió la dirección de las dos instituciones —INCOLDA y CESA—, que mostraban, desde su origen, cómo los buenos empresarios aprovechan sus recursos con gran sentido de austeridad y eficiencia. Esta manera de gestionar, marcaría los principios de sana gestión que, EL CESA, siempre mantendría en su particular estilo, como parte esencial de la implementación de su PEI, entre profesores y estudiantes, por el largo tiempo que lo dirigió, en calidad de rector, Marco Fidel Rocha. Legado que dejó a sus sucesores, quienes lo han mantenido y protegido como una de sus joyas más preciadas.

Don Hernán, mostraba en estos proyectos, otra de sus facetas importantes: la de promotor de centros de formación e investigación de los temas del Management que Colombia empezaba a impulsar, con base en las experiencias de las universidades americanas. Con sus académicos  y teóricos, el siglo pasado, impulsaron las teorías de una disciplina que contribuiría, de manera significativa, al empoderamiento empresarial de los emprendedores y administradores de empresas pequeñas y grandes que entraban a la era del conocimiento y la gestión del servicio, como pilares de éxito organizacional a fines del siglo XX.

Pero, don Hernán, no solamente significó un modelo de liderazgo para mi, en estos temas que ya he expuesto. Tuvo tiempo también para contribuir al desarrollo del país, por sus convicciones emprendedoras y su sensibilidad social que nunca fue opacada por su condición de multimillonario.

“Fue nombrado ministro de Obras Públicas en el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo (1942-1945) y luego, complementó su aporte al sector público asumiendo cargos como ministro de Comunicaciones en el gobierno de Alberto Lleras Camargo, embajador en Washington en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo entre 1967 y 1968, y en la década del 80, presidente de la Comisión Nacional de Valores. Allí fue fundamental para detener las acciones especulativas de los fondos de inversión que culminaron con la caída del Grupo Grancolombiano.”
(Revista Dinero, 19/12/2004).

Su concepción sobre los problemas de la desigualdad económica y la posesión de la tierra en Colombia, eran su preocupación permanente. Lo llevaron a escribir libros y artículos que hoy, visto por los actores de la derecha colombiana, lo habrían clasificado como comunista; pero, eran la radiografía de una fatalidad que aún, este país, no ha podido superar.

Su lucha, como paladín contra la corrupción, lo llevó a destapar las artimañas del grupo financiero más grande de la Colombia de la época. El líder del Grupo Grancolombiano, Jaime Michelsen, sobrepasó límites éticos que le costaron la pérdida de todos sus bienes y la persecución persistente de la justicia nacional e internacional, hasta su muerte.

Esto no se lo perdonaron a don Hernán los que se mantenían en el poder económico, político y social a costa de vicios parecidos: lo llamaban, con ese mismo estilo de sus pares de hoy: “el viejito gagá”. Epítetos propios que aplican a las personas, aquellos que, producto de su ignorancia o perversión, utilizan, aún hoy en día, cuando se quedan sin argumentos para discutir unas realidades que, en Colombia, aún hoy claman justicia.

Ese era el líder de la Organización Corona y por él aumentó mi admiración por este grupo empresarial que dejaría en mi una impronta indeleble para toda mi vida.