El trabajo, como medio de realización personal y excelencia empresarial, exige de los gerentes crear las condiciones necesarias para el despliegue de las potencias intelectuales y espirituales que determinan las posibilidades creativas de las personas que conforman la organización, con el ánimo de poder desarrollar el capital intelectual propio y organizacional, que permita, ahora más que nunca, en la era del conocimiento, aportar el despliegue de la creatividad y de los valores necesarios para desarrollar las fortalezas requeridas en medio de un mundo globalizado, turbulento y altamente competido.

Hemos vivido, desde fines del siglo pasado y principios de este, un nacimiento del modelo organizacional, donde los operarios de las empresas empiezan a aportar conocimientos y habilidades, más que “mano de obra” que, de hecho, ha sido reemplazada por la tecnología y la robótica, de manera que, la generación de valor, está atada a los conceptos de innovación y servicio, donde los planes organizaciones propuestos, con base en estos recursos, aseguran las posibilidades de éxito en función de los valores y la calidad intelectual que impregnan el ambiente de la empresa y el de cada uno de sus funcionarios.

El liderazgo de la gerencia, en cuanto al reconocimiento y motivación que esta promueva hacia toda la comunidad de los grupos de interés con las que la empresa se relaciona, va a ser factor clave de éxito para lograr alcanzar el resultado de la gestión que realice, en función de prestar los servicios que tales comunidades exigen.

La intelectualidad, determina todos el cúmulo de conocimientos humanísticos, científicos y profesionales que las personas adquieren y aportan, en la medida de su formación académica y experiencial. El “Know How and Know Why”  está estrechamente ligado a este concepto que, bien aplicado y estimulado por la gerencia, producirá beneficios destacados de innovación y desarrollo; condicionantes esenciales de la calidad con que la empresa puede participar en el mercado, llevándola a posiciones de privilegio, por el aprecio que, por el servicio prestado, puedan reconocer los clientes.

La espiritualidad, potencia los valores de la empresa cuando los individuos que la conforman son conscientes de la forma como la persona trasciende a este mundo con el resultado de su trabajo bien realizado y ofrecido a Dios como medio de santificación personal (http://www.sanjosemaria.es/articulo/santificacion-del-trabajo). Esta trascendencia, de la que aquí hablamos, se manifiesta primeramente y de manera práctica, cuando los clientes y  empleadores reconocen los aportes del trabajo de los funcionarios. Pero, adicionalmente, se potencia y toma sentido sobrenatural, cuando la persona es consciente de su relación filial con Dios, lo que le invita a ofrecer los frutos de su actividad, a modo de las ofrendas al Creador que hacían los hombres primitivos con sus cosechas y ganados. Temas que bien se aprecian en las manifestaciones religiosas de los patriarcas de los pueblos con que nos recrean las Sagradas Escrituras.

Esta alianza de intelectualidad y espiritualidad realiza plenamente a la persona humana, en medio de las fatigas propias de las faenas de trabajo diario, porque responde a su esencia e integralidad, que es la manera como la persona humana se abre a la Persona Divina y puede ser confortado por Ésta en su paso por este mundo, en medio de su trabajo, alimentando su esperanza y la confianza en una vida sobrenatural que es complemento y fin de su presencia terrenal.

Por medio de esta alianza, toma sentido la obra realizada y los servicios prestados con ella a las comunidades. Se hace plena la caridad y el amor por todos los que nos rodean. Se concreta en la excelencia del servicio al cliente. Y, finalmente, se evidencia el interés por el otro, en las diferentes circunstancias profesionales, familiares y sociales en las que participa el trabajador.

Es esto, lo que hace la diferencia entre el buey, que arrastra el arado, y el profesional que diseña la herramienta y los mecanismos necesarios para operarla.