Una buena práctica de gestión, en cada una de las áreas de la institución, es la vivencia de la austeridad.

La austeridad, no significa michicatería, ni privarse de lo que es esencial para el desempeño adecuado en medio de nuestras responsabilidades ordinarias.

La austeridad, implica tener presente nuestras limitaciones económicas. Sin desbordarlas haciendo lo que no conviene, con el propósito de asegurar nuestro futuro y el de las personas que dependen de cada uno de nosotros o aquellas con las que nos relacionamos en forma colaborativa, para lograr el alcance de nuestros propósito empresariales y personales.

En el caso de los CEOs, el fomento de esta virtud, merece especial atención, en la medida en que el control del gasto y la correcta aplicación de la inversiones, sin la colaboración del equipo, no se puede alcanzar.

La comprensión, por parte de toda la organización, del nivel de participación en este objetivo, depende de qué tan clara sea la apreciación de las responsabilidades de cada cada uno y su nivel de influencia y participación en el logro de este objetivo.

Como toda estrategia, hay que ser conscientes de las oportunidades y retos que ella presenta, pero, también, de los riesgos que conlleva una correcta delegación de esta virtud, en cada uno de los funcionarios de la organización.

Las amenazas que en este aspecto pueden enfrentar cada cada uno de los funcionarios, se refieren a acciones equivocadas como el excesivo control del gasto, que pueda dificultar el proceso de desarrollo armónico de la organización, en procura de sus objetivos más importantes y de mayor relevancia que siempre deben estar determinados por su aporte a la misión y visión del negocio.

La austeridad, implica, también, una posición de desprendimiento de los intereses personales, en aras de alcanzar aquello que corresponde a los grupos de interés que aseguran la estabilidad y el futuro organizacional. En ello, el aporte creativo y de sentido de la calidad, basado en el servicio, es determinantes para enfrentar estos desafíos.

Esta austeridad, inducida desde los niveles de mayor liderazgo y responsabilidad de las empresas, conlleva un cambio general que jalona la cultura empresarial y que incide en cada uno de los funcionarios. Su correcta implementación, produce un cambio personal que influye en las familias de los empleados de la organización, para bien, y se proyecta en toda la sociedad. Un aspecto de la responsabilidad social organizacional que poco se mide, pero que es clave para el bienestar de toda la sociedad.

Jairo A Trujillo Amaya
Consultor y asesor empresarial
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