Escribo lo que me da la gana, para la gente que le dé la gana leerme. Pero, la verdad, solamente escribo para satisfacer mi deseo de leer lo que yo escribo.
Por ello, no se preocupen si no me leen, si no están de acuerdo, o si les parece feo. Todos los que tengan esa preocupación, no vale la pena que se trasnochen por ello.
Escribo, porque siento la necesidad de hacerlo. Me lo pide mi conciencia. Para dejar constancia de lo que siento, de lo que considero que debe ser y hacerse, de lo que se debe respetar y aquello por lo que vale la pena luchar y vivir.
Pero, sobre todo, escribo, para empezar a trascender en este este mundo. Estoy seguro que, estos registros, tienen la probabilidad de permanecer en el tiempo, gracias al mundo digital y al avance de la tecnología que conserva, en vasijas cibernéticas, —a diferencia de las del Qumrám, que eran cerámicas—, toda la huella de nuestro paso por este mundo.
Este afán de trascendencia, me anima, además, a buscar a Dios en este mundo, diciéndole las cosas que me duelen, que admiro, que anhelo, que estimo o rechazo con vehemencia, pero que, gracias a esta catarsis, me anima a perdonar y a amar todo lo que debe amarse:
A Dios, primero; a todas las personas de este mundo, sin diferencia a su condición social, económica, cultural o sexual; a la naturaleza misma y todo ese inmenso universo que la contiene que me hace arrodillarme ante la magnificencia de la Creación Divina.
Escribir es una maravilla, pues es dejar constancia indeleble de lo que se piensa; aquello en que se cree. Expresa la capacidad intelectiva de quien lo hace y forma el espíritu, pues se tiene la oportunidad de pensar y revisar lo que se dice. Es dejar constancia de lo que somos y lo que hacemos; lo que pensamos y lo que deseamos.
No me pidan que no escriba, ¡por favor, no lo hagan! Sería coartar la expresión de mi libertad interior. Esa que Dios ha sembrado en cada uno y que aprecio y agradezco enormemente. Esa que nadie puede coartar, esa que nos permite soñar y anhelar lo inalcanzable, esa que, magnificada, en su extensión plena, nos acerca a Dios y nos identifica con Él, por la vía del amor, que es la mayor expresión posible de esa libertad que nos anima a poder realizar todo aquello que soñamos.
Es una manera de conocerse mejor, de leer, nuevamente, y varias veces, lo que se ha escrito. Hay oportunidad de corregir y de mejorar lo escrito, con una visión más clara de la forma como fluyen los pensamientos.
Las personas que nos escriben, en respuesta a nuestros escritos, nos animan a hacerlo, independientemente del sentido de sus críticas. Esas repuestas tienen la virtud de darnos a conocer la forma como se afectan con lo que leyeron.
Se descubren nuevos amigos, pero también se pierden otros.
La ventaja es que, las nuevas relaciones, se hacen más sinceras y, las que se pierden, ¡por fortuna se pierden! Sus máscaras —con sus respuestas— se caen y se conocen sus verdaderas caras. Y, ¡lo que es más increíble! Destapan su alma que se encuentra con la nuestra, sin nada que la cubra. Es un momento de verdad que despeja los caminos y sincera los acontecimientos que rodean nuestras relaciones.
Es por todo eso que escribo y no quiero parar de hacerlo. Usted perdone.