¡Estamos con una de las devaluaciones más altas el mundo!
Para muchos analistas, esa sería una excelente oportunidad para desarrollar los negocios en función de la generación de exportaciones y poder, por tanto, dar un gran salto en la generación de divisas y la diversificación productiva del país.
Pero, la realidad, muestra otra cosa bien diferente. Los empresarios colombianos, han encontrado que, por la vía de la depreciación del peso, sus productos en el mercado interno, ahora, son más competitivos. No por el resultado de un proceso de innovación y desarrollo que les haya permitido desplazar a sus competidores internacionales; sino por esas ironías de los mercados cambiarios que les permiten, a los productores nacionales, tener una oferta más costosa para los consumidores, sin mejorar la calidad ni el servicio.
Es el escenario más perverso imaginable para un país. La capacidad instalada que tenían los empresarios colombianos, porque que fueron desplazados por productos internacionales de precios competitivos y de mejor calidad y servicio, por vía de este milagro económico -mano invisible, llamaría Adam Smith-, la empezaron a llenar con la demanda de un mercado del que salieron los productos internacionales. No por mala calidad y servicio, sino porque, las leyes del mercado de divisas, los hicieron incompetentes para ofrecer precios atractivos a los consumidores nacionales.
Todos nos preguntamos, ¿cómo es posible que no exportemos mucho más de lo que veníamos exportando, después de año y medio de devaluación acelerada?
La respuesta es muy sencilla. Nuestra clase empresarial no tiene la capacidad creativa y de innovación suficiente para responder a las exigencias de calidad y servicio que exigen los estándares internacionales.
A pesar de lograr una oportunidad maravillosa: vender internacionalmente un 40% más barato de lo que lo hacían hace año y medio, los clientes internacionales no reaccionan a esta ganga.
La conclusión es triste, pero no puede ser otra, ante tan contundente evidencia. Nuestra clase empresarial se encontró con un mercado nacional ampliado por la devaluación, sin las exigencias que, por vía de los precios, anteriormente tenían, y se están lucrando de ese mercado, por la vía del menor esfuerzo: ninguna innovación, ningún desarrollo y alta especulación. Gracias, a tantos años de protección del Estado y la creación de carteles comerciales como los que se han destapado.
Todo ello, muestra un franco desinterés de nuestros empresarios por lo social y un apetito desordenado por acrecentar sus fortunas en muy corto plazo. En medio de una incultura que nos asfixia y nos ha hecho insensibles, mal educados e inconscientes, frente al principio más importante de desarrollo y convivencia social, que es la solidaridad. La que ahora parece que a nadie le interesa.
Con base en esto, seguramente, Colombia podrá mostrar otros millonarios más en la lista de los más ricos del mundo de la revista Forbes. Pero, nuevamente, como ha sido siempre, será a costa del atraso y la miseria de la mayoría de sus habitantes.
Si el Estado quiere controlar efectivamente la inflación, no puede dejar toda la carga en el Banco de la República, con la exclusiva herramienta del control de las tasas de interés. Pues, la demanda que se presenta sobre los productos y, sobre todo, los de primera necesidad, no es una demanda agregada; es la misma demanda que había, pero en medio de un mercado mal abastecido por haber dejado toda la carga al productor nacional. El estado debe entender que hay que controlar la inflación atacando el problema que la generó, que es la falta de productos importados. Se hace necesario, por tanto, actuar bajando los aranceles para darle al proveedor internacional la competitividad necesaria que obligue al proveedor nacional a competir, como lo venía haciendo: con precio, calidad y servicio, que es como se desarrollan y maduran los mercados.