Terminaban los años 80s. El país iniciaba una nueva época de violencia que ahora llegaba a las ciudades, como producto del enriquecimiento ilícito de traficantes de droga que, con su dinero, atrajeron a muchas personas de las ciudades que, con su ambición por acumular fortuna, se aliaban con tales narcotraficantes para lavar dineros. Alianzas que necesitaban estos bandidos, para penetrar en lo más profundo de la sociedad, aprovechando los apellidos y posición social de personas que tenían prestigio, pero que su flexibilidad ética y moral, no les impedía compartir con tales mafias.

Se ufanaban de participar de sus fiestas y favores, sirviendo de intermediarios para el ascenso social de esos bandidos y penetrar, con su dinero sucio, en empresas, haciendas y una parte de la banca que prestaba sus servicios de intermediación financiera internacional para captar beneficios que venían de tales fortunas.

La mayoría de los periódicos y medios de información, en general, denunciaban tal transformación social que se veía en todos los rincones de Colombia y, tales mafiosos, se convertían, poco a poco, en sus enemigos, lo que los hacia blanco de sus ataques que, muy rápidamente, serian mortales y violentos.

Era en estas circunstancias, que iniciaba mi nueva etapa profesional en el periódico El País de Cali, gracias a la oferta que, como narré en escrito anterior, me hiciera la Organización Lloreda Caicedo, en aquellos tiempos, propietaria del periódico, en cabeza de su presidente, Álvaro José Lloreda Caicedo.

Las instalaciones enfrentaban los retos propios de la época, en que la tecnología proponía desafíos interminables en un proceso de evolución y modernización que nuca mi generación creyó que se pudiera dar. Los nuevos Gutenberg de la época, Steve Jobs y Bill Gates rompían frentes en las ciencias de la comunicación como lo hiciera Einstein al traspasar las fronteras del tiempo y el espacio.

Los periódicos y todos los medios de información serían lo primeros en tener que enfrentar este reto. Era una necesidad de supervivencia que hizo que los medios de comunicación fueran los pioneros en el nuevo mundo de las comunicaciones digitales que, por fin, permitía transmitir información inmediata y fidedigna de todas partes del mundo y que, a diferencia de la radio, permitía acompañar con crónicas escritas que, además de informar, recreaban el espíritu.

Las instalaciones de los periódicos, se llenaban de periodistas que, en medio de su gran masa, albergaban grandes pensadores y escritores. En nuestro medio, Garcia Márquez, fue uno de sus mejores ejemplos.

El grupo de trabajo en El País, estaba formado por personas muy idóneas, en todos los niveles de la organización. Desde el principio, me acogieron con cariño y yo empezaba a percibir de ellos que necesitaban un nuevo tipo de liderazgo.

La anterior administración funcionaba con un gerente que era un mensajero de amenazas que comunicaba de manera que infundía temor y no generaba confianza en la organización. Indudablemente, este estilo gerencial, estaba influido por el comportamiento de la presidencia del grupo que estaba arraigada a un método de dirección cuasi militar, donde las órdenes no se cuestionaban.

Muy rápidamente me empezaba a ganar la confianza de la presidencia; cuando pudo apreciar, con nuestro trabajo en grupo, que había mejores maneras de hacer las cosas en la organización. Me gané su aprecio sincero que demostró en un cumpleaños en que se encontraban varios de sus hijos..

La verdad, era que se notaba su espíritu autoritario que, apoyado en su inteligencia, había jalonado el florecimiento de la organización, basado en un apalancamiento financiero muy alto que sería, a largo plazo, causa de su fracaso.

En la sociedad caleña, Álvaro José Lloreda no era sinceramente apreciado. Su don de gentes, su buenas vida y ese espíritu sibarita que, unido a su pasión por el deporte del polo, lo hacían destacarse en la sociedad y en el “jet set“ colombiano, le cobraban factura, aún con sus amigos más cercanos, que aprovechaban su influencia y posición social, no solamente en Cali, sino en todos el país, para lograr toda clase de favores que no correspondían, sino en la medida en que pudieran, con sus adulaciones, lograr más beneficios.

Sin embargo, en mi caso, tengo que decir que, en varios años de relación laboral muy estrecha con Alvaro José Lloreda, siempre me sentí valorado, apreciado y bien tratado. En varios momentos, pude percibir sus sentimientos de aprecio a mi labor y mi familia. Esta extraña circunstancia, provocó una lealtad y agradecimiento en mi que evidencié con su confianza y apoyo permanente. Algo que nunca tendría como pagarle.

En sus momentos de persecución política, que lo destruyeron social y económicamente, por causa de los enemigos de su hermano, ministro de defensa de un presidente equivocado y soberbio; tuvo que sucumbir a la persecución que una justicia equivocada había políticamente montado. Fue maltratado y calumniado, como suele suceder en un país en que la justicia está al servicio de los políticos.

Su hermano, Rodrigo Lloreda Caicedo exministro de defensa, moriría poco tiempo después, a mi juicio.  de un cáncer producido por la pena que esta situación le pudo producir.

Pero me extravié en mi relato en algo que, si bien estaba ligado con la historia del diario El Pais de Cali, no tiene nada que ver con los retos empresariales que allí tuve y que narraré en otra entrega de estos escritos.

Pero, pienso que bien valió la pena esta distracción, para hacer honor a una persona que aun, a pesar del paso del tiempo y no verlo durante muchos años, puedo decir que admiro, a pesar de sus errores, por lo que significó para mi, personal y profesionalmente

Por ahora, aprovecho, desde aquí, para enviarle un abrazo respetuoso y cariñoso a un líder que, como todos, tuvo sus equivocaciones, que le costaron mucho, pero que fue para mi el motor que me impulsó a entrar en el mundo de los periódicos que, además de realizaciones profesionales, me permitió, por la relación con el periodismo, ser más humano y solidario con la sociedad a la que me debía.