Porque fui fiel testigo de esa hermosa amistad que se dio entre quienes fueron entrañables amigos: uno como tutor y guía (Jorge Yarce) y el otro como su fiel pupilo y compañero (Jota Mario), deseo presentar, en mi blog, esta carta, que no es un adiós, sino un hasta luego agradecido y amoroso del maestro a su alumno y fiel compañero.
JOTA MARIO: EL ADIÓS AL AMIGO DEL ALMA
Por Jorge Yarce
(EL Tiempo, 13 junio 2019, secc.1, p.16)
Lo conocí hace 42 años en Medellín, y desde entonces estuvimos unidos por una amistad inquebrantable y profundamente entrañable, con entusiasmos, alegrías, luchas y fracasos compartidos. Lo último fue su compañía fiel y cálida a raíz de mi enfermedad, parecida a la suya, que padecí hace 6 meses. Solo que yo pensaba que me iría primero, pero los planes de Dios han sido diferentes.
Jota, como cariñosamente le decíamos, era, ante todo, un hombre bueno, en el sentido cabal del término: inteligente y de buen corazón, cariñoso y generoso, alegre y positivo a más no poder. De un optimismo arrollador, siempre viendo y buscando el lado bueno de las cosas, en su casa, en su trabajo, con sus amigos. Eso fue lo que sembró en su vida, y la cosecha necesariamente fue muy grande. Hoy nos hace falta a millones de personas, porque su papel de hombre famoso en la televisión colombiana, lo convirtió en un ícono popular, en alguien presente en el corazón de muchísimas personas, de las cuales la mayor parte no lo conoció personalmente, pero recibió de él muchas cosas buenas.
En los que tuvimos la suerte de conocerle y ser sus amigos, ha dejado una huella profunda, que lo convierte en nosotros en un ser inolvidable, que siempre vivirá en el corazón de todos.
Además, Jota era una persona muy familiar, siempre pendiente de sus hijos, y dedicado enteramente a los suyos. En él estaba presente la formación recibida de Cecilia y Manuel, sus padres, motores de una familia numerosa, fuertemente unida e impregnada vivamente de valores humanos y morales, que eran patentes en la conducta de Jota. Esposo y padre de familia ejemplar. Me consta, desde que nacieron Simón y María José su adoración por ellos, que nunca se apagó, y que fue fuente de felicidad muy grande para ellos, para él y su esposa.
Yo fui quien lo traje a trabajar en televisión hace ya 42 años, porque el se empeñó en trabajar conmigo en este medio, y demostró progresivamente que no era una aventura juvenil sino una vocación de vida. Ahí están los hechos que lo demuestran y que hicieron de él uno de los personajes más populares de la TV colombiana y del país. Y también tuvo tiempo para escribir una docena de libros. No voy a relatar sus logros profesionales porque no hace falta. Simplemente decir que Jota era un profesional ciento por ciento, que se entregaba al trabajo, fecundo en muchos aspectos, con realizaciones reconocidas públicamente. Sin Jota Mario, la historia de la televisión colombiana quedaria huérfana. El y Pacheco (muy amigos por cierto) son dos estrellas rutilantes en el firmamento de la pantalla chica en Colombia.
Jota Mario fue, igualmente, un ciudadano ejemplarísimo. Desde su trabajo ayudó a construir un país mejor. Vibraba con los problemas de Colombia y a través de la TV impulsaba todo lo que podía mejorar la imagen del país y la vida de todos sus compatriotas. No dudó un instante, cuando trabajábamos juntos, en meterle el hombro a programas que tenían que ver con “Valores Humanos” (espacio con este nombre, que dirigió con gran éxito) y con Colombia (“Esta es Colombia” y “Revivamos Nuestra Historia, programa este que hizo historia en la TV colombiana, en el que colaboró muy cercanamente en su producción).
Jota era un colombiano que pensaba en grande. Su talento, su ingenio y su creatividad eran excepcionales, e hicieron de él un promotor único, que siempre encontraba la manera de solucionar las dificultadesy de echar para adelante. Hizo muchas más cosas que las que se veían con su nombre o en las que él aparecía. Sabía tratar a la gente, enseñarle y ayudarle a desarrollar sus capacidades. Tenía tiempo para todos. Doy testimonio de que para mí siempre estaba disponible y gastábamos largas jornadas para hablar de proyectos mutuos: insinuaba, corregía y daba nuevas ideas. Asimismo sabía aceptar los fallos o los fracasos y volver a comenzar. Y daba nuevas oporunidades a la gente para poder recomenzar.
Como creía en Colombia y le dolía la Patria, no dejó de colaborar generosamente en programas sociales de todo tipo. Como personaje de televisión, y como conferenciante y escritor deja un testimonio sobresaliente de servicio al bien común de la nación. Fueron más de cuatro décadas de un oficio desempeñado con una entrega total y con resultados maravillosos. Sobre todo, porque Jota Marío quedó sembrado en el corazón de Colombia para siempre.
Quiero decir, finalmente, que fue Jota Mario un cristiano sincero y un hombre de fe inquebrantable. Sin aspavientos, ni declaraciones llamativas, vivía su fe cotidianamente en forma sencilla y constante. Así lo heredó de sus padres y fue fiel a eso hasta el último minuto. Jota era muy devoto de la Virgen María, y la invocaba con naturalidad frecuentemente. Y escribió una de sus libros sobre ella. Tenía una gran confiannza en Dios, que, quienes vivimos cerca de él, constatábamos sin dificultad. Para quienes compartimos esa fe, no nos cabe la menor duda de que Dios lo ha recibido en su seno, y Jota se ha presentado ya a su presencia con las manos llenas de buenas obras y, sobre todo, mostrándole la multitud de personas que están junto a él, entre quienes estamos su familia y sus amigos del alma, para los cuales su ausencia es algo tremendamente difícil de aceptar.
Nuestra almas se tranquilizan pensando que ese era el designio de Dios para él y lo aceptamos profundamente adoloridos.
Jota: ¡aquí estaremos, siempre a tu lado con tu recuerdo vivísimo en esta vida y, también más alla de la vida!. ¡Por favor: Sigue ayudándonos a ser mejores seres humanos, mejores miembros de familia, mejores amigos, mejores profesionales y mejores ciudadanos!
Por eso nuestro adiós a ti, al amigo del alma, es en realidad, un “hasta pronto” dicho con palabras de un poeta, David Mejïa, amigo de los dos: “Queden aquí/ en pie/los árboles/Dios sabe/hasta cuando”.