Estamos en una sociedad tan acosada por el espíritu consumista de estos tiempos que no nos damos cuenta que nos hemos vuelto piezas fundamentales de un engranaje orquestado por grupos minoritarios de millonarios emergentes que, gracias a su inteligencia y audacia, acompañadas de mucha astucia, han llegado a conformar un minúsculo grupo de privilegiados millonarios globales que, en cada país del mundo, someten las voluntades de las grandes masas de población por medio de estrategias comunicativas que fomentan la compra indiscriminada de cuanto objeto se presenta a la vista de los públicos que se exponen a estas influencias, sin tener manera de escapar de ellas. El escenario en el que vivimos quienes habitamos estas urbes modernas está diseñado para provocar y generar ansiedad extrema por consumir lo que masivamente se produce y llena los bolsillos de estas élites insaciables.
Esa sociedad del bienestar que empezaba a consolidarse, con gran esperanza, una década después de la Segunda Guerra Mundial en EEUU y posteriormente en Europa, muy pronto y después de resolver los requerimientos necesarios de las clases medias para vivir “sabroso”, en medio de un mundo que empezaba a retomar los principios básicos de convivencia fundada en las familias de las pequeñas localidades de barrio o de granjas que se expandían rápidamente por todas las tierras de occidente, empezaron a ser afectadas por estímulos capitalistas que ya los nuevos economistas llamaban el «efecto demostración».
Bien pronto, los estrategas de las elites que hemos nombrado empezaron a implementar medios para aumentar el consumo que rápidamente presionaba a sobrepasar el deseo de abastecerse de lo esencial por alcanzar desesperadamente lo superfluo, cambiando aquellos principios claves de la civilización, como el aprecio por el que sabe y comparte, por la idolatría por aquel que acapara y derrocha.
Este cambio de paradigma ha degradado los valores de una sociedad que ha trastocado sus principios trascendentes por los puramente materiales, animados por el deseo de acumulación que, sin importar la afectación sobre los demás, produce élites alienadas consumistas, desprendidas de intereses colectivos que han reemplazado por individuales y egoístas donde el dios dinero crea ídolos de barro que destruyen las más preciadas virtudes de respeto y caridad.
El culto a la personalidad fundada en la adoración por los que más tienen o más despilfarran, crea espacios de esparcimiento degradantes que han invadido los terrenos de la música, la literatura, la pintura y, en general todas las artes, expresión sublime de una humanidad que se está extinguiendo tan rápido como el medio ambiente en que vivimos.
Jairo A Trujillo Amaya
Presidente, CEO.
Gestar Proyectos Corp.
jairoatrujilloa@yahoo.com
móvil: 57 316 7407487