El tema de la guerra ya no es exclusivo de Colombia. Se expande al mundo con estrategias de guerrilla sanguinarias, como las que han aplicado, en este país, las guerrillas liberales  (principios de los 50s), los famosos chulavitas  (paracos de los años 50s), Sangre Negra y sus compinches, las FARC, las AUC, el ELN, EPL, PARACOS y NARCOTRAFICANTES, etc.

 

( http://www.elespectador.com/opinion/momento-se-jodio-colombia )

 

Los gritos desesperados de los campesinos colombianos y los más pobres de las ciudades que han padecido esta tragedia de más de 60 años, nunca han sido escuchados por la sociedad Bogotana y la de otras grandes ciudades, donde sus habitantes, con posiciones aburguesadas y despreocupadas, viven en un mundo artificial de confort e indiferencia, determinados por las tendencias de la moda en el mundo.

 

En las zonas rosas de esas ciudades, esta población, pasa su tiempo tratando de buscar experiencias de vida artificiales y, muchas veces, grotescas, alejadas de toda realidad. Sin sentido productivo de solidaridad ni creación de riqueza social y comunitaria, porque su cultura individualista, desbordadamente consumidora, y su desprecio por las diferencias, los lleva a aislarse en castillos de papel moneda tan frágiles como sus ideales.

 

Es hora de invitar a la toma de conciencia nacional sobre este tema tan importante que, en el caso colombiano, ha hecho que un presidente, de la más alta alcurnia y con intereses económicos, seguramente, muy importantes, esté dispuesto a jugarse su prestigio personal y político, por un acuerdo de paz que exige el perdón para todos los actores.

 

Evidentemente, este gesto de patriotismo sin par, de quien pudiera asumir posiciones revanchistas y guerreras entendibles, pero no justificadas, exige un momento de reflexión que, algunos colombianos, por su orgullo y ánimo guerrerista, francamente irresponsable, no comprenden. Por ello, conciben la violencia como única solución viable.  Esa misma solución que durante más de 60 años desgarra el alma de campesinos y personas de todas las clases sociales que han perdido patrimonios, familiares y amigos, en vano; sin que nadie gane y todos pierdan, excepto los que con su interés revanchista satisfacen su ego hambriento de sangre o aquellos que se han lucrado amasando grandes fortunas como proveedores o facilitadores de los actores en guerra.

 

En administración, es bien conocido el tema que dice: “cuando los resultados no se logran, hay que cambiar la estrategia”. Pero también es cierto que “cada estrategia, requiere un tipo de liderazgo distinto”. Por la dificultad que unos tienen de ponerse en la posición de otros, ante las nuevas circunstancias. Es lo que ha hecho Colombia al escoger su presidente actual; pero, como siempre, ante el tamaño del reto, algunos prefieren dejar las cosas como están y no cambiar nada. ¡Que viva la guerra y al traste con la paz!

 

Es parte también de la cultura matona en que nos metió el narcotráfico y que se vive en: las calles, los bares, las fiestas, los estadios deportivos y hasta en algunas de las reuniones de no pocas familias. Es el machismo que preocupa a las mujeres, pero también el matoneo que ha permeado a los infantes que copian el estilo de vida de sus padres violentos.

 

Se ha perdido el respeto a la religión de nuestros padres y a Dios lo nombran, algunos personajes de la política, solo para justificar -como los miembros de ISIS-, sus actos contra la vida de los que están en desacuerdo con sus ideas.

 

El Papa Francisco se desgasta, en sus últimos años de vida, llamando a la paz y, en particular, a la paz en Colombia, pero muchos de los que se dicen católicos, lo observan sin tomar partido por ella. Simplemente, les atrae su figura bonachona y mandan mensajes electrónicos, con sus videos; sin preocuparse por entender y aplicar lo que dice – que es palabra de Dios-  Porque les parece simpático y pareciera que está IN y, a todo los que está IN, hay que hacerle eco.

 

Definitivamente, la obsesión por la guerra embrutece y nos lleva a un retroceso que nos reencuentra con las culturas más salvajes. Olvidados del sentido de solidaridad y caridad que, en El Jubileo de la Misericordia, nos propone el Papa Francisco.