Muy queridos abuelos:
Estoy seguro, que ninguno de Ustedes esperaba graduarse a esta altura de la vida… Pues, tengo el honor de anunciarles que todos Ustedes han alcanzado el grado más importante de su historia.
Este grado, los declara aptos para dar felicidad, cariño y mucho amor a sus nietos. Para comprenderlos y comprenderse mejor cada uno como pareja y como persona. Para enseñar todo aquello que no enseñan en la academia pero que constituye la sustancia de la vida. La forma de saber balancear esa trilogía maravillosa que conforma nuestra esencia como una magnífica combinación de: cuerpo, mente y alma.
Un cuerpo, que nuestros nietos aprenderán a cuidar y conservar siempre sano, con el fin de habilitar todas sus potencias, en la medida que, dentro de él, a modo de un sagrario, tenemos una mente y un alma que nos complementa y define como seres inteligentes y, además, espirituales. Un cuerpo que nos da los medios para desarrollar toda nuestra primera fase cognitiva que se centra en temas físicos y neurológicos que aún no terminamos de entender, pero que nos incita a desarrollar esa fase de comprensión sensorial del mundo que nos impacta y maravilla y nos hace apreciar: sus colores, sus formas, sus sabores, sus sonidos y esa sensación extraordinaria de contacto físico con la naturaleza que nos ayuda a tener el conocimiento básico primario de lo que ella realmente es.
Una mente que, en una fase superior a la corporal, pero aún muy necesitada y dependiente del cuerpo, nos anima a realizar abstracciones de lo conocido sensorialmente, para aportar a nuestra formación y nuestra especie. Es el campo de las ideas que se crean con base en su capacidad intrínseca de abstracción. Un fenómeno creador que, apalancado por la imaginación, determina nuestra superioridad sobre todas las especies y nuestra capacidad de ordenarlas en busca de nuestra supervivencia en este mundo y nuestra preparación para desarrollar las potencias que nos harán, posteriormente, trascender, en el campo de las ideas, las artes, las ciencias, la filosofía y, en general, toda esa potencialidad que, una vez apreciada por nuestros semejantes, será parte del recuerdo que ellos tengan de nosotros. ¡Ojalá!, para bien de la humanidad y, fundamentalmente, para aquellos que nos rodean y nos aprecian por el tiempo invertido en ellos con nuestro deseo de formar y enseñar.
Y, finalmente, un espíritu. Que trasciende la existencia de las dos primeras. Que nos lleva a un orden de conocimiento superior que tiene relación con nuestra posibilidad de permanecer, después de esta vida temporal, en una vida inmortal, cuya esencia y justificación, se da en el amor pleno que solamente Dios puede brindar.
Es esta una potencia que nos permite orientar nuestro paso en este mundo hacia lo que realmente importa, porque no es perecedero. Su disfrute, depende de la manera como seamos capaces de responder al amor infinito de Dios con el amor nuestro a Él, manifestado en nuestra capacidad de darnos a los demás sin esperar nada a cambio. Es la plena entrega a nuestro destino sobrenatural plenamente confiada en Dios. Justificada en nuestro amor por nuestros semejantes y la naturaleza toda, como alabanza y agradecimiento al acto creador del Padre.
Si somos capaces de transmitir estas ideas esenciales y fundamentales a nuestros nietos, por medio del cariño que les brindamos, ellos nos darán la oportunidad también de trascender en este mudo, con nuestras ideas y nuestras creencias, expresadas de acuerdo a las circunstancias de su época, y llegarán, gracias a ello, a ser buenos amigos de sus amigos, buenos ciudadanos de su nación, buenos padres de familia y familiares de sus familiares, para, finalmente, ser buenos cristianos que puedan seguir el camino que los conduzca a esa vida sobrenatural que, ¡ojalá!, nosotros ya estemos disfrutando cuando ellos lleguen, como nosotros, a su destino final.