Francia, el primer país del mundo en aprobar el asesinato de infantes en su estado más vulnerable.

Los hombres y mujeres que aprobaron esta ley son asesinos de infantes. Merecedores del mayor castigo, si aún hubiera mayorías de personas sensatas y con el más mínimo sentido de humanidad en el parlamento francés.

Una ley como esta es contraria a la esencia de la naturaleza humana y, quienes la promueven, han perdido su derecho a vivir en la sociedad a la que pretenden destruir en su raíz: el derecho a la vida en su forma más elemental.

La degradación social ha llevado a que una madre privilegie su comodidad, su figura o su conciencia, tapando un acto irresponsable con otro acto criminal e inmoral como este.

Solamente queda el juicio Divino que, seguramente, les atormentará, cada día, con más intensidad, mientras estén en este mundo. Hasta que, en la otra vida, tengan que responder, reparar y recibir el castigo que corresponde a semejante delito.

Mañana, seguramente, estos monstruos estarán aprobando que un infante, que no les permita dormir, porque tiene hambre o sufre de alguna dolencia, también se puede matar.

Estas nuevas hordas asesinas de infantes que se extienden por el mundo, en estos nuevos tiempos, son una de las tantas pestes monstruosas que la humanidad tendrá que sufrir en lo que parece ser el inicio del tan profetizado periodo de la tribulación previo a la venida de Cristo para juzgar a la humanidad.

Evidentemente hay embarazos que son resultado de violaciones criminales hacia las mujeres. Su situación es realmente trágica y requieren de acompañamiento psicológico y espiritual que alivie semejante tensión. No nos corresponde juzgar, y conviene solamente encomendar a tales mujeres que se acojan a la misericordia Divina. Lo mismo puede ocurrir a madres que, desde el vientre materno, detectan extremas malformaciones. Su sufrimiento es muy grande y sus decisiones, seguramente, van a depender de las presiones sociales y psicológicas que las hostigan sin piedad. No somos quienes para juzgar esta desgraciada situación. Solamente la misericordia infinita de Dios podrá aliviar semejante pena.

Preparémonos, con fortaleza cristiana, procurando santificarnos en medio de un mundo que rápidamente tiende a descristianizarse, para poder vivir sin ataduras morales en medio de un ambiente pagano, sin Dios ni ley.

Seguramente nos preguntamos: ¿por qué Dios permite tales cosas?

Ello tiene que ver con la libertad con la que hemos sido creados, que nos permite escoger entre el bien y el mal; entre lo que es bueno para cada uno de nosotros porque procura mantener esa libertad, sin la cual no existiría nuestra humanidad ni seríamos capaces de decidir. Pero también, porque debemos ser responsables de la libertad de los demás, en la medida de nuestra capacidad solidaria que nos lleva a preocuparnos por los otros, para que puedan determinar su destino en medio de las circunstancias en que les ha tocado vivir. Pero, principalmente, debemos cultivar la inteligencia intelectual y espiritual con que se puedan enfrentar los retos que la vida impone para procurar ser mejores cada día, para bien de nosotros mismos y de aquellos que nos acompañan por la ruta de la vida que se inicia desde el momento mismo de la concepción.