¡La Paz no se negocia. Se practica!

Se ha puesto de moda el proyecto político de negociar la paz. No solamente en Colombia, sino en muchas partes del mundo. Es un punto de vista equivocado para lograr los propósitos de convivencia de todos los ciudadanos. La negociación, implica otorgar cosas a cambio: yo doy, pero tú me das (Jorge Palacios Plazas. «Técnicas avanzadas de negociación»). Es la deformación más aberrante del principio cristiano de la caridad -Amor-: yo doy, sin esperar nada a cambio; fundamento clave de la solidaridad y esencia del cimiento sobre el que se construye el bien común. (Juan Pablo II, «Encíclica Solicitudo rei socialis»)

El logro de la paz, tiene un punto de partida fundamental; se basa en el interior de la persona y procede del perdón, como don sobre natural que se deriva, para lograrlo, de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Es Dios encarnado, el Hijo, que nos muestra esa gracia especial del perdón, cuando, en medio de vejaciones y los más enormes maltratos, en el sacrificio de la cruz, llama al Padre diciendo: «perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Lucas, 23;34)

Efectivamente, para la persona humana, a diferencia de la divina, es difícil perdonar. En muchos casos, y esa ha sido también mi experiencia personal. Los hechos, objetivamente analizados, no nos dan elementos de juicio suficientes para entender lo actuado por otros y conceder, sin justificaciones concretas, el perdón.

Jesús en la cruz, no tenía, desde el punto de vista puramente humano, razones para perdonar tanta injusticia y maltrato al que se vio sometido. Lo hace en su condición de Dios, como expresión manifiesta de su amor infinito, donde no cabe el odio, la revancha ni la negociación.

El perdón, por tanto, se logra, cuando, de manera humilde y con mucha fe, nos presentamos ante El Sagrario y pedimos a Dios que nos otorgue el don de perdonar. De ello, cuando se logra, resulta un estado del alma que se deriva en la anhelada paz. Esa paz interior que es necesaria a cada persona que sinceramente busca la paz. Que elimina: los resentimientos, la venganza, el odio y la desconfianza. Esa paz que se traduce en sentimientos generosos de caridad y convivencia.

Mientras esto no se dé, en las negociaciones de paz de la Habana, solamente estaremos asistiendo a una feria de revanchas, sobornos y extorsiones, de donde resultará nuevamente, como otra tantas veces: frustración, desconfianza y más violencia, como ya ha sido la repetida historia de nuestra vapuleada patria colombiana. (J. Carlos Valencia, 2005)