Señores periodistas: “La calentura no está en las sábanas”
Los medios de información de todo el mundo, acusan y pronostican, con base en la expansión de tan peligroso virus, una gran cantidad de amenazas; en el orden de lo político, social y económico. Y ello, no deja de ser una conclusión válida, en la medida en que el progreso de la sociedad, hoy en día, en esta “aldea global”, depende, de manera significativa, del desplazamiento libre y rápido de las personas entre los diferentes países que conforman una comunidad altamente internacionalizada.
Las explicaciones que se dan sobre la caída de las bolsas de las más importantes ciudades del mundo, en la medida en que ellas dependen del nivel de confianza de los inversionistas, es totalmente válida; así como la afectación a las transacciones internacionales que han disminuido en forma dramática entre países.
Pero, este fenómeno, puede servir de excusa —y creo que este es el caso colombiano— para encubrir falencias muy graves y, diría yo, endémicas, del sector productivo que, con una de las devaluaciones más altas del mundo, en los últimos años, no ha sido capaz de penetrar, de manera efectiva y sostenible, los mercados internacionales, gracias a un subsidio que, por vía de la depreciación de la moneda, sería suficiente para estimular estrategias exportadoras significativas para salir del rezago internacional en que se encuentra el país.
El problema está en que, los empresarios del campo y los del sector de manufactura, siguen pegados del Estado, como sanguijuelas, buscando beneficios que, en términos de excepciones tributarias y protecciones para-arancelarias, demandan recursos que deberían ir a los sectores más deprimidos y vulnerables de la población.
Esta es una de las causas de nuestra injusta distribución del ingreso y la depresión social que hace que Colombia sea una de las sociedades más desiguales del mundo.
La oferta exportadora de Colombia, sigue centrada en el petróleo y el café, los cuales, no responden, cómo deberían, a estrategias del Estado y de los gremios que las lideran —cafeteros e instituciones del Estado—, que como chamanes de vieja data, explicaban los fenómenos naturales, sin poder efectivamente intervenirlos. Nuestros empresarios, amangualados con el Estado, solamente explican los comportamientos de los mercados en función de las circunstancias internacionales sin tener la creatividad y el empuje necesario para responder, de manera estratégica y efectiva, a los retos que la internacionalización de la economía impone.
El dólar se ha encarecido en Colombia por la caída de los precios internacionales de estas dos materias primas. Esto hace que entren menos dólares que en días anteriores; lo que produce, sin un necesario aumento de la demanda de divisas, que su precio se dispare, como sucede con todos los bienes tranzables.
El otro fenómeno de escasez de dólares, se debe a que, el negocio ilegal de la droga, del cual, los mafiosos colombianos eran, hasta hace pocos años, los líderes, que por operaciones de lavado, traían sus dólares a Colombia, ahora está en manos de los carteles mexicanos que utilizan el territorio nacional para la producción, pero han tomado el liderazgo de la comercialización, lo que hace que, esas divisas, ya no entren a Colombia, aumentando su escasez y por ende, elevando aún más su precio.
Cuánto bien haría para el país que los medios de comunicacion tuvieran un mejor enfoque y profundidad en el análisis de estos problemas.
Pero ello exige conocimiento especializado en el orden de la economía y los temas de las relaciones internacionales que afectan variables claves de las sociedades en lo político, comercial y , por ende, económico. Cosa que no tienen la mayoría de los periodistas colombianos que hablan de lo divino y lo humano, pasando de los temas del chisme farandulero a temas ten profundos y delicados con pasmosa irresponsabilidad.
Es hora de que los medios definan la calidad de sus periodistas, respetando las especializaciones que exigen los diferentes temas que tratan, si queremos tener una sociedad bien informada y no dependiente del morbo con el que se mueven los medios ávidos por raiting que los separa, cada día más, de la responsabilidad social que deberían tener.