Capítulo XIV

LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

Pasaban los meses y mi fe en Dios, el amor por mi familia y de los pocos pero entregados amigos que permanecían a mi lado, aumentaba, dándome la seguridad suficiente para continuar con el tratamiento que el Dr. Andrés Forero y su asistente Ruth, con dedicación y entusiasmo, seguían aplicando.

La imagen de Cristo Crucificado, que Jorge me había regalado, y la estampa con una reliquia del Beato Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, me acompañaban siempre en mi cuarto, donde pretendía descansar de los rigores del tratamiento.

Siempre había oído hablar de la importancia que la fe tiene en los tratamientos del Cáncer.

La incertidumbre a la que se enfrentan los pacientes y los médicos, suele ser bien soportada por una entrega confiada a la Providencia Divina que, en mi caso, empezó a mostrar sus resultados con la forma tan prematura como mi cuerpo empezó a responder positivamente al tratamiento.

El último examen del TAC, mostraba que disminuía aceleradamente el tamaño de los tumores, lo que nos entusiasmó a todos sobre manera.

Los médicos me felicitaban y, aunque son importantes científicos, prestigiosos en la materia, reconocían la intervención Divina, por las manifestaciones anormales de recuperación extraordinaria que se manifestaban en los últimos exámenes.

Jairo, me dijo el Doctor Forero, estoy seguro de tu recuperación, gracias a Dios.

Las oraciones permanentes de Jorge y de muchos amigos que encomendaron mi curación a Dios a través de la intercesión del Beato Josemaría Escrivá, a quien yo había empezado a tener una devoción sincera; mi extremada confianza en Dios y la persistencia de un médico extraordinario como Andrés Forero, empezaban a mostrar que tanto dolor no había sido en vano.

¡Mi emoción y la de toda mi familia fueron enormes!

¡No cabíamos en nosotros!

Queríamos decir al mundo que Dios era muy grande que, aún si las dificultades son extremas, nuestra permanencia en este mundo no depende de nosotros sino de Su Infinita Voluntad que nos lleva por caminos diversos que, en mi caso, se expresan en su Intención de permitirme ser testimonio de su existencia y su amor por la humanidad. Obra máxima de Su Creación.

¡Ahora, contaba con una nueva oportunidad de vida!

Los retos eran inmensos:

Había perdido todo mi patrimonio, pero había ganado el don más preciado que persona alguna podía recibir. Empezaba a entender mi razón de ser en este mundo con su innato sentido trascendente en medio de una ruta clara que nos conduce a Dios.

Tenía que empezar una tarea nueva, para la cual, poco tiempo quedaba, en la medida en que, si bien me había recuperado, ya no era una persona joven y el tiempo de permanencia en este mundo, seguramente, no sería muy largo.

Había que trabajar mucho para pagar las inmensas deudas que se habían adquirido. Producto de los descalabros económicos tenidos y de tres años sin ingresos que pudieran soportar el presupuesto familiar.

Pero, también había entendido que, en lo económico, la oportunidad no estaba simplemente en términos de recuperar el capital perdido, sino de consagrar el trabajo a Dios, como oportunidad de santificación que, en el espíritu del Opus Dei, había aprendido que significaba ante todo la santificación de las personas en el trabajo diario.

Esta era la oportunidad que se me brindaba y que daba sentido a esta nueva vida:

Dar a conocer a las personas que me rodeaban, que se podía encontrar la ruta más rápida de aproximación a la felicidad eterna, en medio de un mundo que nos exige con múltiples ocupaciones y compromisos laborales, ofreciendo el trabajo a Dios.

¿Cuántas veces justifiqué mi lejanía de la Iglesia de Cristo, argumentando mis excesivas ocupaciones laborales?

¿Cuántas veces, encontré contradicción entre los que hacía y mis deberes con la iglesia?

Y, ¿cuántas veces pedí la ayuda de Dios para corregir los errores cometidos en el trabajo y en mi vida diaria, por no ser coherente con mi formación y los principios religiosos que en juventud, muy temprana, empecé a abandonar?

Ahora, debía corresponder al favor recibido, dando gracias a Dios en el camino que nos es dado a la mayoría de quienes estamos en este mundo, dedicados a nuestras tareas habituales y aparentemente mundanas, dándole sentido a la vida y procurando alabar a Dios por medio de la satisfacción del deber cumplido.

En el trabajo, en las nuevas empresas que emprendería y en mi cátedra universitaria, procuraría infundir el principio de Liderazgo Fundado en Valores, no solamente como un sentido práctico de la efectividad en el manejo empresarial, sino como una manera cuotidiana de alcanzar la santificación en el trabajo diario.

Dios, valiéndose de un hijo, fiel hijo suyo, el Beato Josemaría Escrivá, me brindaba esta oportunidad nueva.

Solo el tiempo dirá si logré esmerarme suficientemente en el logro de este objetivo.

Por ahora, debo decir:

Tuve Cáncer. ¡Gracias a Dios!

FIN