¡Me declaro fan de la ideología de género!

Esa que defiende la ley natural que indica que, en la naturaleza humana, hay dos géneros: masculino y femenino.

“Dios creó el hombre a imagen suya; […] hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). “Creced y multiplicaos” (Gn 1, 28); “el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “Hombre” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2).

Cada uno, con características morfológicas particulares que hacen su diferencia y complemento como pareja. Los dos con una misma dignidad. La que es propia de la persona humana. Aquella que hace que, quienes creemos en Dios, como principio y fin de todas las cosas, podamos reconocer y respetar los derechos y deberes de cada uno de los dos géneros, en relación con su esencia como persona humana y la función que a cada uno corresponde, según su estado y peculiaridades. Ellas, determinan fortalezas y debilidades propias a sus condiciones naturales; de manera que, las fortalezas de uno, suplen las debilidades del otro y, con su mutua compañía, se apoyan y buscan progresar, como su experiencia evolutiva lo ha demostrado a través del tiempo.

¡No hay más que estos dos géneros!

«2334 «Creando al hombre “varón y mujer”, Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer» (FC22; cf GS 49, 2). “El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal” (MD 6).» (Catecismo de la Iglesia Católica)

Esto no desconoce que haya personas que, por múltiples causas que conocen mejor los médicos y siquiatras, presenten desórdenes, producto de la contradicción entre lo que su cerebro les indica y su cuerpo les permite. Es una situación que lleva a comportamientos contrarios a los que serían de esperarse de una persona que se encuentra perfectamente alineada en cuanto a su condición morfológica y su concepción mental de lo que es su propio sexo. Esto, se manifiesta en su deseo por tener experiencias sexuales que pretende satisfacer con los de su propio género.

No debe confundirse ello con el amor, que es independiente de la condición de género. Todos tenemos capacidad de amar y, ¿por qué no?, el deber de amar al otro, independientemente de su condición sexual, social, religiosa o filosófica. Ese amor, que conlleva el afán de servicio y entrega hacia el otro, sin esperar nada a cambio, es otro principio natural que hace que, la solidaridad, sea la condición necesaria para el bienestar y desarrollo de los más débiles.

«221 Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: «Dios es Amor» (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef3,9-12); Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.» (Catecismo de la Iglesia Católica)

La atracción sexual es, por naturaleza, el ingrediente necesario para la reproducción de la especie y su continuidad. Produce una satisfacción extrema que, seguramente, nos invita a ejercerla para la realización de su propio fin; y, la pareja, la disfruta, con este propósito u otros simplemente placenteros.

Cuando esta atracción sexual se evidencia entre parejas del mismo género, es claro que no corresponde al orden natural de las cosas, como aquí se ha planteado. Tales personas merecen nuestra comprensión y cariño. Sin rechazarlas ni marginarlas, pues en su condición de personas, tienen derecho a que su dignidad y su situación sea respetada. El Catecismo de Iglesia Católica, así lo expresa.

«2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.» (Catecismo de la Iglesia Católica).