Nos encontremos en una maraña que han creado personas violentas y corruptas de toda condición.

Personas que, sin principios ni valores, decidieron apoderarse del patrimonio de todos los colombianos. Lo que el Papa Francisco tanto nos insistió que cuidáramos: nuestra “casa común” (Laudato Si).

Una casa que es nuestro hogar en este mundo y que, como tal, debemos proteger y querer para procurar nuestro mejor estar y el de nuestros hijos que conforman las generaciones futuras. Hijos que, como prolongación de nuestra existencia, deberíamos también amar y proteger con todas nuestras fuerzas y todo nuestro corazón.

Pero, esto no está sucediendo.

En particular, en Colombia. Los valores transcendentes y naturales se han echado por tierra y el propósito de la mayoría de sus habitantes pareciera ser el enriquecimiento ilícito a costa de todo: la familia, los padres, los hijos, los amigos, las personas más vulnerables, etc.

Es el producto de esa mentalidad depredadora que siembra terror y odio entre todos: los más próximos y los más lejanos. Sin otra razón que el egoísmo, que, en manos de aquellos salvajes que se comportan así, promueven en medio de su vil condición, porque no entienden de construcción, sino de de destrucción. No entienden de solidaridad, sino de egoísmo; y descartan al otro, creyéndose omnipotentes, indiferentes de lo que constituye la dependencia natural de los miembros de la especie.

La descomposición moral y ética ha tocado los cimientos de una sociedad desesperada e inerme. Expuesta a los más graves vejámenes. Donde el
Gobierno, que debería procurar el orden y la libertad de sus ciudadanos, para estimular lo que es bueno para la comunidad, ha sido cooptado por individuos de la peor ralea. Facinerosos que asesinaron a los miembros de la corte suprema de justicia, aliados con el narcotráfico y que ahora, desde la misma presidencia del Estado, sus más importantes ministerios y empresas estatales, lideran, enfermos mentales alienados por el efecto que produce su adicción a las dragas, las orgías trans-sexuales y el reparto del botín del Estado. Estos sujetos alucinan con permanecer en el poder promoviendo semejante descomposición.

El pueblo entero debe reaccionar de inmediato ante este destino infernal que, los que han llegado a las más altas posiciones del Estado, nos quieren imponer.

Es hora de dejar la comodidad en la que muchos nos encontramos, pensando en que esto no tiene que ver con nosotros. Es imperativo tomar acciones valerosas y contundentes que les hagan saber al presidente y su camarilla corrupta de bandidos que estamos hartos de semejante descomposición y que es hora de que sean juzgados por el Congreso de la República, por alta traición a la Patria, con base en los evidentes actos de corrupción sucedidos y su persistencia en dividir al pueblo, sembrando odio, mientras permanecen en medio de sus bacanales financiados con el patrimonio que, día a día, se roban de los colombianos.

Llegó la hora de que la oposición, cómplice silencioso de esta debacle, asuma la responsabilidad histórica de sacar a Colombia de semejante infierno en que nos ha metido este gobierno.

Hay que parar las matanzas de campesinos y policías puestos como carne de cañón de los bandidos que nos gobiernan.

A los colombianos nos duele Colombia, pero necesitamos del líder que se comprometa y conduzca, con carácter y determinación, la revolución democrática que lleve a la cárcel, que es el lugar que corresponde, a los corruptos que están acabando con lo poco que queda de nuestra nación.

Es hora de que alguien, desde el congreso de la República, tome las banderas de esta resurrección democrática y juzgue por traición a la patria al presidente de la República y los alienados drogadictos y transgénero que traicionaron los principios fundamentales de la nación.

¡Dios salve a Colombia!