Se me ocurre esta inquietud, al pensar en la sucesión del tiempo y la división artificial del mismo que hemos hecho los humanos para nuestra conveniencia.
Pero, la realidad, inobjetable, es que no hay Año Nuevo, como no hay Año Viejo. Simplemente, nos enfrentamos a espacios de tiempo artificiales que hemos construido con nuestra imaginación humana, para darle sentido al movimiento de los astros, los animales, las cosas y nosotros mismos. Es una construcción humana que no atiende a hechos reales, sino convenientes a nuestra manera de concebir el cambio.
Tal vez, algo similar ocurre con todo lo que apreciamos y que nos es producto de la naturaleza, sino de nuestro ingenio e inventiva, que nos ha llevado a ser capaces de construir espacios virtuales que, hasta hace pocos años, eran imposibles de manejar.
Pero ¿qué soporta estas realidades que el hombre ha creado? ¿de dónde salen tales construcciones que desde la escritura rupestre nos da muestras de esa capacidad imaginativa en la cual nos basamos para los procesos de transformación de la realidad que todas las generaciones han llevado a cabo, sin ninguna interrupción?
Pues bien, ha sido nuestra capacidad inteligible que, en estos aspectos, supera a todas las especies conocidas.
Ahora, la pregunta que nace de este proceso es: ¿qué tiene todo esto que ver con La Navidad?
Pues bien, a mi juicio, nada.
La Navidad no tiene que ver con los espacios humanos construidos de tiempo. La Navidad, es un proceso que supera las condiciones naturales en las que se despeña la naturaleza humana. Corresponde a la esencia divina que es sobrenatural, es decir, supera nuestra capacidad de conocimiento mortal y, solamente, se hace totalmente comprensible cuando, esta naturaleza mortal, se destruye para hacerse parte de esa esencia sobrenatural y, por tanto, divina en cuanto tiene que ver con Dios, principio y fin de todas las cosas.
El misterio de la Encarnación de Hiijo de Dios, corresponde a la historia de la salvación de la humanidad y responde a la naturaleza Divina que tiene, como esencia, el amor de Dios por sus criaturas y todas la cosas creadas.
Ese amor, lo hace hombre en la encarnación de Su Hijo, para reparar los males que la humanidad, en medio de su libertad, haya podido causar y, principalmente, para establecer una nueva alianza que, desde el Génesis, se había roto por causa del mal uso de esa libertad por parte de la primera pareja de la humanidad que no pudo soportar su natural soberbia, lo que la llevó a abusar de esa libertad creada y la perdió, producto de las pasiones que, la primera pareja, no pudo controlar. Es una historia que se repite continuamente y, las sagradas escrituras, en el antiguo testamento, las repasan, en cada uno de los testimonios de una sucesión de personajes que parece no tener fin. Todos, envueltos en esa disyuntiva que determina la libertad de las personas que, siempre, tienen que elegir, entre el bien y el mal.
La venida de Cristo, el hijo de Dios, hecho carne, resuelve este problema, redimiendo a la persona humana, con un sacrifico sobrehumano que, solamente, su naturaleza Divina, puede soportar.
Esto hace de la Navidad una historia de amor y perdón que invita a su contemplación, en el pesebre, donde, además de iniciarse la historia de la salvación, Dios, en medio de nosotros, desarrolla una pedagogía de formación humana, dándonos ejemplo de humildad y reconciliación.
Desde el nacimiento, hasta su muerte en la cruz, Jesús, nos muestra, con su ejemplo, en una praxis maravillosa, lo que debe ser nuestro paso por este mundo, con su forma de convivir, con todos, perdonando y amando a todos, sin excepción, a pesar de las diferencias; invitándonos a darlo a conocer a Él al mundo, por medio de su palabra y el testimonio del Evangelio que, como guía ética y religiosa, nos muestra el camino de salvación, a través de la vida ordinaria, con toda sus contradicciones, dificultades y alegrías, que nos llevarán, si logramos hacer las cosas bien -como Dios manda- a nuestra santificación, salvación y encuentro definitivo con Él, por toda la eternidad.