España llegó a tierras latinoamericanas sin culpa. Buscaba otros caminos inéditos al lejano Oriente.

Como todo explorador soñador y ambicioso, Colón anhelaba la gloria y la oportunidad de ser pionero en la búsqueda de nuevas rutas para el mercado de la seda y las especias que, por intrincado caminos, abastecían los gustos refinados de los cortesanos de Europa que, como todos los nuevos ricos del mundo, satisfacen sus exóticos gustos con lo que otros no puedan adquirir, porque, simplemente, no tenian los medios económicos para alcanzarlos.

Así es como este hombre, arriesgado y soñador, atizado por su curiosidad aventurera, y con mucha capacidad de convencimiento, logra el financiamiento de la reina de España y la confianza de los tripulantes de sus tres carabelas; medios con que contó para enfrentarse a la incertidumbre de las aguas del oeste del continente europeo que, algunos, creían culminaban en un precipicio habitado por seres sobrehumanos y poderosos que gobernaban un mundo desconocido: las fronteras del Hades. Destino de los que un día, cegados por su ansiedad descontrolada, buscaban salir de las fronteras que, en algún momento, sentían que les limitaban e impiden viajar más allá de los límites permitidos.

Hoy, después de culminada esa odisea que permitió expandir las fronteras de Europa hacia unas tierras para ellos desconocidas, aparece, ante el mundo, un nuevo continente; tan desigual como todas las tierras hasta ahora conocidas. Donde, como en otras partes, pareciera que la perversa ley de supervivencia, en la que el mas fuerte se impune sobre el más débil, en este caso, se sigue cumpliendo, de manera que los habitantes de estas nuevas tierras son avasallados por los así llamados conquistadores.

Todo esa lucha por la supervivencia de unos y de otros, en medio de un encuentro de culturas extremadamente diferentes, provocaron desacuerdos que no pudieron resolverse por vía de la razón entre dos pueblos con propósitos de vida y, por qué no, de trascendencia distintos.

Estas dos culturas tan diferentes, en la gran mayoría de los casos, no convergieron y, por tanto, tropezaron en un forcejeo de voluntades adversas que resolvieron sus conflictos de manera violenta, como aún hoy en día lo siguen haciendo muchos pueblos; esos que, en medio de su prepotencia y soberbia, se creen más civilizados.

En Iberoamérica (por que eso realmente es lo que somos) se aprecia, hoy en día, un pais violento y desordenado, como varios de los conforman este continente; que se ha destacado, ante la comunidad internacional, por su raza mestiza, su cultura, producto de la amalgama precolombina y europea que la ha consolidado como como un pueblo único y particularmente representativo de estas tierras Iberoamericanas; con una cultura propia y bien diferenciada que es reconocida, en todo el mundo, por sus manifestaciones de auténtico nacionalismo, expresadas en la original particularidad de su expresión social, política, económica, cultural, artística, científica, etc.

Ese pueblo, que cuenta con un gobernante que tiene una formidable aprobación de sus ciudadanos en la finalización de su periodo de gobierno, ahora ve absorto, como su líder rechaza al rey de España con argumentos tan pobres como acusarlo de ser responsable de las vejaciones que hubieran podido cometer los conquistadores españoles en 300 y más años atrás de historia.

¿Qué culpa tiene el rey de España y su pueblo de eso desafueros que empezaron hace más de 500 años y que culminaron con la nueva sociedad que hoy conforma la maravillosa sociedad Mexicana?

¿Quiénes somos, ahora, nosotros, originarios de América Hispana, para atrevernos a juzgar a los españoles que vinieron, calificándolos de ser tan salvajes como los indígenas que habitaban estas tierras? En particular, las mexicanas, donde algunas de sus tribus jugaban un deporte como el fútbol inglés, pero donde el balón podía ser la cabeza de un niño asesinado para calmar la furia de los dioses?

Quisiera ver a López Obrador pidiendo perdón al mundo por la acción desenfrenada de los narcotraficantes mexicanos que, en asocio con los colombianos y el cartel de los soles de Venezuela, intoxican al mundo con un veneno que está destruyendo la especie humana, sin posibilidad de salvarse, porque los líderes de estos países no son capaces de enfrentar este flagelo con la entereza de carácter que tan difícil situación exige.

Si de algo nos tenemos que lamentar en Iberoamérica, es del comportamiento de lo que, con mucha inteligencia y de forma satírica, nos muestran: Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en el Manual del perfecto idiota latinoamericano, publicado en 1996.